sábado, 28 de julio de 2018

UBER, CABIFY Y TAXIS


Cualquiera que esté medianamente al día del funcionamiento de los servicios de taxis, tanto en nuestro país como en el entorno, sabe que en los últimos tiempos han aparecido compañías con vocación de dominar el mercado.
Son poderes económicos importantes a los que no les importa ser deficitarios durante algunos años, a cambio de eliminar a la competencia e instalar un monopolio o un cártel, que qué más da una cosa que otra.
Los afectados, es decir los taxistas de toda la vida, y la administración - ésta última hasta donde puede legalmente – están haciendo esfuerzos para defender al sector tradicional, pero el futuro es incierto.
Hecha esta introducción, quiero poner de manifiesto que, al menos en las ciudades que yo conozco, lo que yo llamo sector tradicional (los taxis de toda la vida), cargan con una parte de responsabilidad, que hasta donde yo alcanzo, ha facilitado su debilitación y la buena acogida de los nuevos invasores. Cuando una demanda se encuentra satisfecha plenamente, apenas se pueden producir nichos de mercado de ínfimo valor.
Los taxistas (voy a llamarlos así de forma genérica), han permanecido anquilosados sin apenas renovación tecnológica durante décadas. Han aceptado mal cualquier normativa que les imponía normas en favor del cliente, aunque fueran simplemente sanitarias. Por poner algunos ejemplos, fumaban y siguen fumando en el interior de los vehículos (hoy sin ir más lejos me ha ocurrido con uno que he tomado, y de inmediato dejado, lógicamente), en ocasiones con chulería y resistencia; no mantienen el interior de los vehículos en condiciones sanitarias adecuadas; llevan la radio puesta como más les apetece y no siempre obedecen lo que el usuario les reclama; y por último y más importante: algunos ya no son taxistas, si no empresarios que han acaparado varias licencias y emplean a chóferes no siempre expertos, que a juzgar por sus comentarios, no se encuentran demasiado satisfechos con sus condiciones laborales.
Por otra parte, tomas un taxi y no tienes ni idea de lo que vas a tener que pagar por el servicio. Esto a diferencia de esos agresivos competidores, cuyas condiciones de servicio: comodidad, discreción, atención y calidad en general; además de un precio concertado fijo, son comparativamente mucho más atractivas para el cliente.
Por no hablar de las aplicaciones (APP) que emplean para conectar con ellos, contratar, efectuar los pago, etcétera.
Sea esto nada más que una simple enumeración de lo que yo percibo como usuario (seguro que hay más), defensor a ultranza de los taxistas tradicionales, a pesar de su evidente inmovilismo. Y lo digo porque el sistema capitalista evoluciona con mucha rapidez, y ya no estamos en los tiempos en que eran ellos un sector privilegiado, colaboradores algunos con el sistema político a la hora de facilitar información, y coreadores del Jefe del Estado cuando nos visitaba, apostados a uno y otro lado de la Avenida de Castilla. Ahora toca el mal llamado liberalismo, contra el que no hay de momento posibilidades de defensa alguna.
Sirva esto como toque de atención, para que además de utilizar los medios legales en defensa de sus intereses, evolucionen hacia la sociedad capitalista competitiva en la que estamos inmersos y de la que, ni a corto ni a medio plazo, vamos a salir. Antes petará el planeta. Y para eso parece que aún queda todavía un poco.

viernes, 27 de julio de 2018

POR EL INTERÉS DE LOS CODIALICOS


JL vivía en una granja no demasiado alejada del pueblo, aunque como para trasladarse solo contaban con un carro y con una bicicleta, esa distancia si que era importante.
Habitaba allí con sus padres, considerablemente más mayores de lo que cabría esperar, pues ambos se habían unido en segundas nupcias, tras haber fallecido sus anteriores parejas.
Los dos se ocupaban de la granja y del cultivo de las tierras que la rodeaban; él empleaba la mayoría de su tiempo en las labores de la tierra y en el transporte de lo que precisaba con su carro y sus mulas, y ella en cuidar de los animales de la granja, así como de las labores de la casa.
Cuando él, el padre, tenía que ir al pueblo, a la vuelta pasaba por el horno de Pepe El Cuco y compraba cordiales para su hijo; aunque bien cierto que no siempre, pues tenían que coincidir varias circunstancias: que se acordara, que llevara dinero para comprarlos y que hubiera cordiales en el horno.
JL esperaba a su padre cuando iba al pueblo, y ya desde lejos oteaba si traía alguna envoltura de papel blanco, lo que hacía suponer que iba a ser premiado con los cordiales que tanto le gustaban.
Cuando esto ocurría, JL se lanzaba al cuello de su padre y tras besarle la mejilla le espetaba: Cuánto te quiero papá – y tras una pausa le añadía – por el interés de los cordialicos. Expresión que su padre reía.
Tan orgulloso estaba el padre de JL del agradecimiento de su hijo, que lo contaba aquí y allá con pelos y señales.
El padre de JL era un hombre singular, porque aceptaba a los seres humanos tal como eran, al tiempo que aceptaba la vida como le sobrevenía, sin exigir ni exigirse más allá de nada.
Como diría Nelles, era un hombre con un nivel de conciencia muy alto, y por ende envidiable.
Yo llevo más de seis décadas rememorando la frase de agradecimiento de JL. Al principio me parecía que JL era injusto, por aquello de querer a su padre por el solo hecho de que le llevara los pasteles que le gustaban; pero con el tiempo la frase ha madurado (no así yo)
Con el tiempo yo solo me he dado cuenta de que la estructura social y económica que nos ha engullido lo ha orientado todo, casi exclusivamente, a ser reconocido, recompensado o valorado “por el interés de”.
Sí, incluso el cariño, y el que es más próximo y emocional: el cariño familiar. Ninguna duda respecto del que tiene que ver con la llamada amistad, compañerismo o cosas parecidas. Ni mentar a los compañeros y compañeras de chat, claro.
Así es que, para qué extenderme más, queden estas quinientas palabras (más o menos), para rendir homenaje a JL, al que quiero de una forma singular, y al padre de JL, al que envidio por su nivel de conciencia y recuerdo muy a menudo con un poco de sana envidia.