lunes, 11 de junio de 2012

RONCALES Y NATURALEZA


Sorpresa, sorpresa. No soy el tan ansiado Adolfo, el norte y guía del petit grupo. Tanto, que casi tengo que hacer noche en una esquina del Mestalla. Pero el malentendido se restaña a tiempo con más que satisfacción por todas las partes.

Tras el episodio, el viaje se manifiesta torpe como cualquier otro, más si participa de mi asesoramiento, abrigando siempre la duda de dónde acabaremos. Sólo nos consuela que no hemos atravesado los Alpes ni tampoco navegado; al menos yo sigo sobrio.

La naturaleza nos compensa con creces lo que sólo estuvo en la imaginación antes de darnos de narices con nuestro destino, y los cacahuetes lo que nunca estuvo en el estómago.

La tardía cena devuelve los jugos a su lugar y arranca estruendosas risas que acaban llamando la atención de unos y levantando los párpados de otros.

Sí, definitivamente hay química en esta parte de la mesa; y yo diría que hasta física (cuántica y de la otra cuya descripción huelga).

Salimos a disfrutar del mismo techo de siempre que no acaba nunca de sorprendernos, con sus osas, sus osos y sus ositos. La noche, cómplice del silencio, nos acompaña en una larga caminata que comparto con un Milagro de amiga. Ir con ella es más que ir acompañado, es un aprendizaje continuo acompasado a la dulzura de su tono de voz.

Intentando evitar que se acabe el día, llegamos todos tarde a las literas, no así a los sonidos que, a falta de otros más deseados, se emiten desde las camas pugnando por robarle minutos al sueño.



Amanece tarde y claro, lo que no impide que llegue el primero a la ducha. El desayuno se deja devorar en silencio, y ya con el sol alto partimos como reguero de hormigas multicolores a identificar especies en la naturaleza. Como lo hemos hecho otras veces, de las que nos ha quedado la primera parte de “barrio sésamo” (grande y pequeño), ahora toca aprender los colores y, los más avezados, pino y no pino.

Con la satisfacción el esfuerzo de la caminata se reduce tanto que la olvidamos. Luego, la comida-almuerzo y el baño en las pozas. Me quedo solo en la primera, pero pronto, desgarradores gritos femeninos desatan mis “sexorfinas” e intento averiguar el motivo de tal algarabía ¿habrán salido los faunos de sus grutas o serán los enanitos que no se conforman con Blanca Nieves?. Cual es mi decepción cuando me doy cuenta que es la temperatura del agua; así es que continúo secándome al tenue sol cual ranita descolorida. Aún así nadie se atreve a desencantarme. Mientras, el “boss” hace de las suyas en la última poza. Seguimos todavía con muchas asignaturas pendientes. Como no vuelva pronto Mendizabal tendremos que librarnos de algún Torquemada, si no al tiempo. ¡Viva la Pepa! (no va por ti amiga mía, es una broma, como casi todo… en la vida).

Nada, o casi nada, cambia, por mucho que lo deseemos, y eso que somos la avanzadilla (eso nos creemos). Del “declive del imperio americano” hemos pasado de súbito a “las invasiones bárbaras” (aunque menos bárbaras de lo que deberían). Otra cosa es lo que pueda parecer si cerramos los ojos o nos fiamos de la imaginación. Mucho más se acelera el pulsómetro o pasamos de 37 y medio. Lejos de estas reflexiones, el espectáculo continúa. Yo no me atrevo a sacar la cámara, pues como decía Maese Cabra “en lo gordo se me nota que soy nuevo”. Hay cosas que el no entenderlas no impide en absoluto que existan.

Amigos ¿vale?

Volvemos por la senda de siempre al lugar de siempre de forma mecánica y automática, correspondiendo al saludo amistoso de plantas, insectos y pájaros; lo hacemos como seres inertes y energía de litio baja. Salvia oficinales por aquí, pinus alepensis por allá y dacus oleae con larvas de drosophila melanogaster engordando en algún rincón.

Llego el segundo a la ducha, y es la segunda vez que me ducho en este período vegetativo, y por si fuera poco, otra vez solo. No sé de qué me sirve tanto cursillo y algún que otro master… me estoy planteando dedicarme a la epistemología.

Tras la aceptación de la realidad, llegan horas de “pelado de aves” (pavas para ser más exacto) en la que se acaban quitando hasta los “cañones”, acompañados de cerveza puesto que las endorfinas no se atreven a salir solas a la palestra. Las lenguas se desatan (sólo las lenguas) y las preguntas que nunca nos atrevimos a hacer afloran mezcladas con chistes, anécdotas y sudores fríos.

Tras la cena en la que el chef y su compinche se esfuerzan en sorprendernos, el proyector nos inyecta un potente somnífero intercalado de fotos que acaba con un desfile de reptantes hacia el nido de los sueños sonoros.

La noche no depara nada nuevo a nadie (que se sepa). Los Roncales se levantan con el alba y me recuerdan que salga a vivir lo mejor del día en plena naturaleza: el amanecer. Fran se va a pie al pueblo por el cauce del río. No me apercibo, pues le hubiera acompañado. Vuelve antes del desayuno.

Hoy es ya el último día, pero queda mucho por vivir. Maribel, la enciclopedia de las plantas del Carbo, no se cansa de darnos información. Y siempre queda algo, aunque nos ponga muy difícil corresponder a su esfuerzo.

La armonía del grupo es total. Una vez más ha valido la pena.

Aunque habrá que releer una y otra vez los apuntes y nos surgirán dudas; en teoría, hemos debido aprender las propiedades de las principales plantas del hábitat, y también la elaboración de ungüentos, esencias, cremas y destilaciones, y por mucho que las leamos siempre tendremos que recurrir a los apuntes, al omnipresente Internet o incluso a la “Enciclopedia Maribel”, siempre abierta y dispuesta a colaborar.

El saber y la buena voluntad de los cocineros se vacían en la comida del mediodía; tanto que tienen que salir a saludar.

Cuando nos conformamos con los placeres que suben del ombligo hacia arriba, hay que empezar a reflexionar.

La siesta se diluye entre cartas con árboles, fotos que sorprenden y rincones en los que se esconde Morfeo. Y la tarde es una continuación que nadie quiere que se acabe. Sabemos que nos esperan 40ºC y alguna noticia que nos devuelva a la estúpida realidad de la colmena insolidaria.

Por eso nos miramos una y otra vez, sonreímos sin decir nada y miramos a la naturaleza infinita evitando siquiera el reojo a la muñeca. El tiempo no existe, pero como no nos lo hemos creído (lo siento S.Hawking), nos abrazamos una y otra vez. Unas veces pienso que ignorando la realidad y otras que volviendo a ella.

No quiero acabar sin mencionar la sensibilidad de Casimiro al leer unos versos maravillosos que yacían ocultos en las páginas de un libro olvidado en una estantería, y que despertaron para endulzarnos la amargura de la despedida.

Otros agradecimientos personales, los reservo a la intimidad.

Un abrazo a todos, también a los que no he nombrado, y a los que no estuvieron con nosotros. Todos somos uno.



[8-9-10 junio 2012]

miércoles, 6 de junio de 2012

El EGO


El EGO es responsable de casi todo, pero especialmente de la “culpa” y del “perdón”.

Está ahí el 100% del tiempo, más que presente OMNI-presente. Y nuestra mente está entrenada (posiblemente a causa de su mentada presencia) para buscar y encontrar defectos “propios y extraños”. Sólo hay una actitud posible ante él, NO CREERLO.

Sé que voy a incurrir en una contradicción. No creo en los ejemplos, no me gustan en absoluto, pero ahora no tengo otra alternativa (o no soy capaz de verla) y voy a recurrir a uno. Todos, con toda seguridad, hemos padecido situaciones en las que nuestra “caprichosa” mente nos ha tentado o invitado a hacer algo con lo que no estábamos de acuerdo. Algo que no tenía nada que ver con nuestra conducta habitual ni con nuestra intención. Hacer mal a alguien, arrojar algo no importa contra qué o contra quién, o incluso matar. Sí, matar. Pero enseguida hemos reaccionado y abandonado la intención. No lo hemos hecho, pero aún así, no hemos podido evitar un cierto sentimiento de culpabilidad por haber pensado de ese modo.

Ajá, el Ego nos ha ganado la partida.

Tengamos claro no obstante que, al Ego, no debemos de temerle en ningún caso, ni tampoco sentirnos culpables de caer (pensar) en sus “tentaciones”. Del Ego no hay nada que temer si se sabe que no se le va a hacer caso.

De estas situaciones se deriva una de las conductas más habituales del ser humano: el rezo. En la mayoría de los casos el ser humano reza para aplacar al Ego, para no escucharlo y para espiar la culpa de haberlo hecho (los malos pensamientos).

Para aclarar un poco más la actitud más adecuada, no se trata de no escucharlo, pues si lo rechazamos intentará torturarnos viniendo una y otra vez, más o menos disfrazado; se trata de no creerlo. De dejarlo fluir. Quienes han hecho meditación, y especialmente meditación zen, comprenderán mejor lo dejarlo fluir, porque a quién no le ha picado la nariz desesperadamente mientras estaba en ese trance. Sólo hasta que aprendió a no hacer caso al picor. Entonces desapareció y no volvió nunca más. Le habíamos ganado la partida.

Nos imaginamos leer o escuchar una noticia y  creérnosla fielmente. Cualquier información que nos llega, la filtramos críticamente en función de nuestra situación del momento y del conocimiento que tenemos del entorno y de la situación, ya sea social, económica o política; humana en suma.

Voy a intercalar aquí una frase que me parece oportuna y que puede ayudar a reflexionar sobre el tema que trato:

“Ve a menudo a ver a tu amigo no sea que la maleza borre el camino”, tomémonos un minuto al menos para digerirla.

Amigo es aquel “lugar” donde no tienes que justificarte, ni tampoco explicar nada. Podría ser, por qué no, una invitación a UNIRSE A LA VIDA.

Pero sigamos con el tema del Ego de forma directa. El Ego tiene un portero que le defiende: la culpa. Y es así porque sabe que si entramos al Ego, lo desactivaremos.

La culpa es producto de una cultura, no una característica del ser humano. Hay culturas, actualmente limitadas a pequeños grupos, uno de ellos al sur de México, que por cierto utilizan la mente de forma relevante, hasta el punto de que casi todo lo hacen con ella (sí, con la mente, aunque parezca extraño) que desmontan nuestra senda de comportamiento en el sentido indicado. Pues para ellos, el error no es personal. Qué maravilla. Pronto acabaremos con ellos.

Si preguntamos a un grupo de personas que nos digan con qué asocian la culpa, seguro que además de otras palabras o ideas nos dirán que con: carga, angustia, error, toxicidad, anulación, lastre, parálisis, falsedad, uno mismo pegándose por dentro, enfermedad, MIEDO (las mayúsculas son intencionadas), etc. Y todos estos sentimientos “no sirven para nada”.

Cual debe de ser entonces nuestro objetivo: “dejar de culparme y de culpar a los demás”. No denuncies ni en silencio los errores de los demás, quizás antes habrás de aprender a perdonarte los tuyos, o mejor todavía, a no verlos.

Todos somos cómplices en esta vida. Todos somos una misma cosa. Y a partir de que asumamos esto, habremos accedido al auténtico perdón. Perdón y olvido, porque de otra manera no es perdón; además de forma espontánea y automática.

Nada más.

(Con mi agradecimiento a Isabel Solana que me impartió estas enseñanzas)