jueves, 13 de agosto de 2009

Periodismo del Siglo XXI

No quiero generalizar, pero personalmente tengo la impresión de que el periodismo en el momento actual, en unos lugares algo peor y en otros todavía peor, no es sino un instrumento en manos de grupos de poder económico, político y social, por ese orden.
De modo que la profesión de periodista resulta ser un obrero al servicio de los poderes dominantes en el medio, el cual carece en la mayoría de los casos (por no decir en todos) de opinión propia y mucho menos de objetividad en las informaciones que facilita.
Se marcan objetivos del estilo de “ni hablar de éste tema” o “hay que volcarse en favorecer tal o cual aspecto” sea del tipo que sea.
Hay un protocolo de filtros que depuran las informaciones y les dan el sentido que conviene a “quien paga” (aunque sea una miseria).
No hay por tanto periodismo de opinión, puesto que las secciones de opinión las cubren aquellos que han sido designados para ello, porque así conviene. Y en la información hablada (radio y TV), el busto parlante dice lo que le han puesto en el guión y le van dando para que lea mientras gesticula delante de el micrófono o la cámara, a veces en directo y otras con una pequeña diferencia temporal, “por si acaso”. No hay opinión del periodista. Sólo lo que se ha cocinado previamente.
Y a todo esto, a esta degradación de la profesión, hay que añadir el “método de expresión”. Pues tanto entrevistados, ajenos a la profesión, como periodistas, y es en éste caso último cuando la situación alcanza niveles de gravedad, es normal por desgracia encontrarnos con que se utilizan con profusión muletillas, impropias de personas públicas y mucho más, como decía, de profesionales.
He contado por decenas palabras como: bueno, no, la verdad (¡ah! ¿Que todo lo demás no era verdad?), impresionante, flipante, una pasada, hombre (¡qué raro! Muy pocas veces se dice “mujer”, y mira que hay…), en fin, yo, pues, igual, pero y otras muchas, cada uno tiene su estúpida muletilla preferida.
Todo menos construir oraciones y manifestar lo que queremos sin más.
Y, repito, si resulta molesto al oído venga de quien venga, cuando es de un profesional de la comunicación, entonces es grave.
Quizá si se empieza por ahí, se pueda conseguir superar barreras poco a poco y profesionalizar más la comunicación.
¡Ánimo, profesionales de la comunicación!

Lo Urgente no es Importante

Asistí hace años a un curso que comenzaba así: “Lo urgente no es importante y viceversa”. La frase me causó impacto y, aunque con matizaciones, creo que guarda en el fondo un relevante contenido de razón, que si lo aplicáramos a la vida diaria, nos ayudaría a mejorar nuestras acciones y decisiones.
Y es que hoy en día actuamos casi siempre para el corto plazo, para el cuanto antes y el urgente, cuando no para el muy urgente.
La prisa es algo contagioso y, para más “INRI” acostumbrados a imitar al poder, el cual, sobre todo el poder político, tiene como único objetivo volver a ser elegido y por tanto también el corto plazo, ésta actitud se acentúa todavía más.
Centrándome por tanto en éste, en el poder, es bien conocido que sus decisiones, sus objetivos y la orientación de su acción política, está totalmente orientada al “cortoplacismo”, por lo que, en muchos casos, resultan inadecuados y perjudiciales a plazo medio y largo.
Esto se agrava al tener tres estamentos de poder (gobierno central, autonómico y ayuntamientos), cuya financiación no es responsabilidad de cada uno de ellos, sino básicamente de uno (gobierno central), el cual la distribuye entre los demás en función de unas fórmulas no fijas y frecuentemente conflictivas. Así es que, a los otros dos les basta con poner la mano y, si no tienen suficiente, pedir más. Sin preocuparse de manera formal por planificar y propiciar una mejora de las estructuras económicas, sociales y laborales, y echando la culpa si algo falta al “señor de la pasta”, según interese políticamente.
Un paréntesis para decir que no es así en todos los casos, que sí hay quien planifica y hace las cosas “algo mejor”, aunque no lo suficiente a mi entender.
Con este panorama nos encontramos que el poder político intermedio, con más recursos que los ayuntamientos (craso error), se dedica a administrar unas veces mejor y otras peor, y a hacer política de poca monta.
Se echa de menos que regiones (o países o reinos, qué más da) que han demostrado sobradamente su vigor económico, social y creativo, se encuentren sumidos en el tedio y sólo sean capaces de encaminarse por el camino de la especulación.
¿Será quizá por esa tendencia de imitar al poder a la que antes me refería?
Echo por tanto de menos, repito, que no se apueste por la formación, que no se incentive la creatividad, que no se apoye sin límites la investigación y que no se apoye a los sectores productivos tradicionales, que tienen un poso de conocimiento y un rico pasado enraizado en la población.
Por el contrario se invierte en grandes eventos privados, que subastan sus actuaciones allá donde más rentable les resulta, y se financian obras multimillonarias, cuyo mantenimiento resulta luego inviable, teniendo que “regalarlas” al sector privado; que por cierto también fracasa en ellas.
Veía el pasado año, y es sólo un ejemplo, como miles de toneladas de naranjas se podrían en los árboles, y como miles de trabajadores de la agricultura estaban sin trabajo cobrando el subsidio de paro. Y, probablemente llevado por mi ignorancia, pensé si no sería posible convertir eso en zumo con “denominación de origen” y una campaña publicitaria adecuada. En lugar de publicitar que “somos los mejores”, sin decir en qué.
Pues a este paso, seremos los mejores “pedigüeños” en las colas de la beneficencia.
Y es que no sólo lo urgente no es importante y viceversa, como decía al principio, sino que no hay nada menos motivador que tener como objetivo “gastar un presupuesto” sin un control transparente. Pues se llega a olvidar que se está administrando dinero público, y no sólo por los administradores, sino que lamentablemente también lo olvidamos los paganos.
¡Salud sufridores anestesiados!

La Publicidad Refleja la Realidad

Siempre he pensado que los publicistas son un colectivo de los que mejor conoce la realidad social y económica de un país, y más concretamente del colectivo al cual se dirigen con sus trabajos.
Así es que observo con atención la publicidad e intento inferir dónde me encuentro.
No ignoro que según qué se publicita (su público objetivo), ésta tiene un perfil determinado: imágenes, música, palabras, etc. Pero aún así, o mejor, gracias a eso, todavía puedo hacerme una idea más exacta de lo que ocurre a mi alrededor.
Hace ya varios días que estoy oyendo por la radio un anuncio publicitario de una agencia de viajes, concretamente de El Corte Inglés, nada sospechoso de cometer errores en su publicidad, que me ha hecho reflexionar sobre si habrían cometido un error en el “spot” (así se llama en inglés y ya se sabe…) tendría que plantearme que estoy en un error, junto con algunos más en nuestro país.
El citado anuncio, que ahora desmenuzaré, iba precedido meses antes de otra cuña en la que un empresario español (dueño y jefe de una pequeña empresa, pues así querían que lo pareciera) llamaba por teléfono a su empleado (pues también querían que pareciera que no había nadie más) para recriminarle por estar durmiendo en el trabajo. Decía el supuesto empresario que se oían los ronquidos desde el otro piso del edificio. Luego hacían referencia a las vacaciones. Y ahí quedó el anuncio, que a decir verdad, me dejó ligeramente descolocado.
Luego vino el segundo, y aquí fue cuando ya mi reflexión subió de tono. Me explico por qué. Un joven, que por su forma de expresarse (su acento, su tono de voz y su método de expresión) habría que situarlo como de origen sudamericano, le pide más vacaciones a su jefe, que da la impresión de ser una persona muy mayor, con la voz cascada y que, al hablar, casi se le sale la dentadura postiza (vamos, de 1950, más o menos), argumentando el joven que, aunque ya hizo vacaciones, la agencia de viajes le garantiza el mejor precio; por lo que todavía le queda dinero. Y entonces, el empresario responde “¿y le garantiza también que todavía le quedan vacaciones?” Y ahí acaba el spot. Spot que, por cierto, se ha repetido profusamente durante varias semanas, lo que hace suponer que cumplió el objetivo marcado; de lo contrario se hubiera eliminado, que la publicidad es cara y se le hace seguimiento.
Y precisamente ahí es donde comienzo yo a darle vueltas a la cabeza. Pues no cabe dura al parecer de que los publicistas han elegido un perfil de empresario español que yo creía ya superado, pero que quizás estaba equivocado.
Repito, señor mayor, con la voz cascada, que no utiliza ningún producto para sujetarse la dentadura (lo que no dice nada a favor de su modernidad; ¿no debería de llevar implantes…?), y cuyos argumentos para negar las vacaciones son tan de “Pero Grullo” como, por supuesto, la estructura íntegra del spot; y del anterior, con el que coincide en el diseño, en los actores y en la presentación.
¿Quienes están en lo cierto entonces? ¿Los publicistas o lo que yo, ignorante de mi, creía? No tengo dudas.
Así es que olvidémonos de que nuestro país (un país pobre, con muy pocos recursos naturales y menos aún tecnológicos) ocupe un lugar mejor que el que ostenta en al actualidad, gracias sobre todo a la UE; mucho me en nos de llegar a un acuerdo social, de mejorar la productividad (*) o de conseguir un clima sociolaboral de nivel europeo; o sea, de economía de mercado con importante componente liberal y un leve toque social.
Con una salvedad: que nos tomemos en serio que somos una pequeña parte de un planeta en riesgo, que tenemos que abandonar la conducta del pelotazo absurdo y que, aunque presumimos de ser seres humanos educados y solidarios, aún nos queda un largo trecho para llegar a serlo.
(*) El déficit de la productividad en nuestro país tiene varios componentes:
1.- Formación. La empresa dedica muy pocos recursos, sólo le interesa la formación si hay subvenciones y no facilita tiempo para que se lleve a cabo, ha de ser a costa del tiempo libre del trabajador.
2.- Medios adecuados para los procesos de producción. Pondré un ejemplo muy simple pero extrapolable a recursos y herramientas informáticas y de todo tipo: no cuesta lo mismo trasladar un camión de ladrillos mediante una pluma que a mano.
3.- La economía sumergida. Otro ejemplo: si un taller de carpintería con tres empleados hace 20 puertas a la semana y sólo factura 10, porque las otras 10 las vende sin factura (en negro o en “B” como les gusta decir), la productividad se reduce a la mitad, además del fraude fiscal. Y eso es totalmente normal, y quien diga que no, que me diga en qué país vive, porque en el mío no.
4.- Falta de coordinación (por decirlo de modo prudente) entre las enseñanzas (profesional y universitaria) y la empresa.
Hay más, pero ¿NOS PARECE POCO?