martes, 3 de noviembre de 2015

RESPETO Y TIMIDEZ

Era muy temprano. Mochila a la espalda subía por la ladera a paso lento, consciente de que me quedaba un largo trecho hasta llegar a la boca del volcán y no debía de desperdiciar las fuerzas.
En estas latitudes el camino puede volverse aún más penoso. Puede comenzar a llover sin consultarte, esa lluvia que no se nota en la piel sino más adentro.
El calor húmedo y pegajoso del casi ecuador ya comenzaba a sentirlo debajo de la ropa.
Ella estaba allí, en esa posición que nunca sabré como describir, haciendo trabajos agrícolas para los que básicamente se valen de las manos, y sobre todo muy concentrada.
Las he visto pasar así horas y creo que gracias a ellas su agricultura les permite comer todos los días.
Un trabajo para el que no sé si hará falta curriculum pero sí un gran espíritu de sacrificio y amor a la vida.
¿Cómo si no?.
No quería violar su intimidad. Me hubiera gustado acercarme y ver su mirada, calcular su edad y regalarle una sonrisa o simplemente eso, mirarla; pero no lo hice y tomé la foto desde lejos, con timidez.
Isla de Java - 2014

domingo, 1 de noviembre de 2015

AMIGOS SÍ, PERO...

Bebía sin cesar y repetía cada plato pasando una miga de pan por él al acabarlo. Cuando la salsa untaba sus dedos los chupaba con fruición hasta dejarlos sin duda libres de bacterias, con los ojos siempre fijos en lo que se llevaba a la boca, hasta bizquear.
Los suyos, claro, porque los de Moddy, una perra alsaciana que reposaba echada a poco más de un metro de él, sin perder detalle de sus movimientos, habían pasado de estar ligeramente achinados y somnolientos, a abrirse como platos primero, y poco después a hacerse acompañar de un arqueado de cejas como solo los perros alsacianos saben hacer.
En vistas de que, al parecer, la capacidad de engullir de aquel homo sapiens era ilimitada y de que en la mesa apenas quedaba nada comestible; Moddy, que se había erguido visiblemente inquieta para analizar la situación con todos sus sentidos desde una perspectiva mejor, emitió un par de hipidos y puso prudente distancia con el sujeto.
Así permaneció unos minutos, hasta que sintió los ojos de él repasando su anatomía con cierta "curiosidad", mientras mantenía en ambas manos un cuchillo de trinchar y un tenedor.  Fue en ese momento cuando Moddy inició un trote decidido para alejarse del supuesto peligro, a la vez que intentaba aliviar su miedo en forma de agudos gruñidos.
No la volví a ver hasta mucho después, una vez tuvo la seguridad de que había desaparecido el peligro.
Yo también me marché de inmediato, casi sin despedirme, tenía un compromiso que atender; aunque una vez fuera olvidé cual era. ¿Será que comparto instintos que desconozco? .

¡Qué mala es el hambre!

GOYA: The portraits, in The National Gallery (London)

(Del 7 de octubre de 2015 al 10 de enero de 2016)
Una excelente exposición. 
Aunque la mayoría de las obras ya las había yo más que contemplado, en esta ocasión me he leído todos los folletos y releído las crónicas de los diferentes medios de comunicación, los cuales no han regateado elogios para éste gran pintor aragonés, para mí el primer impresionista.
Pero de todo lo leído quiero resaltar algunos detalles que, los muy estudiosos del arte han coincidido en tener en cuenta.
Goya retrataba algo más que la cara, el cuerpo, las ropas y en general el gesto de sus clientes; pues al observar los retratos de Goya se puede inferir la personalidad de ellos sin ningún género de dudas.
Resaltan, y estoy de acuerdo (salvo que los historiadores nos hayan mentido), la profusión de retratos a la Duquesa de Alba, con quien tenía una relación "especial", así como con otros miembros de la corte, en la que estuvo durante largo tiempo asentado. Cabe preguntarse si se marchó al país vecino antes de que , no muy espabilados al parecer, se dieran cuenta de que los "desnudaba" vestidos.
Y, voy a transcribir lo que Le Guardian dice respecto del retrato a Fernando VII, del que el retratado se sintió muy orgulloso. Dice literalmente que refleja con fidelidad que el "tal fulano" era impotente, tiránico, vicioso y con poco criterio (poca sesera).
Lo comparto todo, ¿cómo no?, así como lamento haber tenido en el pasado semejante gobernante (sin hablar de su no mejor descendiente). Y, el que estuviera el "VII" tan a gusto con su retrato aún siendo tan evidente lo que dice el crítico del periódico, confirma sin duda lo certero del análisis de la personalidad del mismo.
Dicho esto, repito: la exposición "worth it"

jueves, 29 de octubre de 2015

FROM STONEHENGE (GB)

Después de mucho tiempo allí, mi mente comienza a devanarse. Ato cabos y, de entre lo mucho que he leído y lo poco que he visto y experimentado, relaciono unas cosas con otras. Finalmente me queda una foto más o menos así.
No fueron lugares de un solo uso. Fue necesario que hubiera una estructura social con autoridad definida y aceptada, pues todo esto requiere del trabajo de mucha gente y alguien que dirija, que lidere. Por supuesto que el jefe no curraría, eso no ha cambiado y debía de ser así también entonces.
Volviendo a los emplazamientos, parece más que probable que nacieran con un objetivo; ¿de qué tipo? ¿civil?  ¿religioso?. Es probable que originalmente no hubiera diferencia entre ambos, que la diferenciación sea posterior.
Aunque no lo he dicho pero también resulta obvio, es que éstas sociedades deberían de no ser nómadas; es decir, que habría asentamientos a partir de los cuales desarrollarían sus actividades de subsistencia. Las construcciones de estos lugares no son entendibles en pueblos nómadas.
A partir de aquí, y analizada su distribución y orientación, puedo afirmar sin demasiado temor a equivocarme, que para ellos era importante conocer las estaciones, cuando cambiaban y su progresión, con el fin de optimizar sus cultivos. Así es que, en cada lugar, observo que en los solsticios y equinoccios el sol penetra por un espacio concreto muy definido. Ello le da al lugar la categoría de “sagrado” (no confundir con religioso); a partir de lo cual lo faculta para ser utilizado para otro tipo de ceremonias, encuentros y acontecimientos sociales. Bien para celebraciones (la cosecha o una unión entre miembros de esa sociedad), o bien para enterramiento de personajes destacados.
Me pregunto si para estas “construcciones” se buscaron lugares con especial energía; si sabían buscarlos, o si es que tenían sensibilidad para percibirlos. Aunque también podría ser que debido a su utilización fueran adquiriendo la fuerza que todavía hoy tienen. Para quedarme contento voy a pensar que un poco (o un mucho) de cada.
Las piedras de estos lugares están “vivas”, pero que muy vivas. Vaya por delante que todas las piedras están vivas. La vida de las piedras transcurre lenta y de manera más sólida y estable de lo que nosotros los humanos entendemos por vida, pero lo están.
Probemos a poner piedras con la intención de activar un lugar y pasado un tiempo tendremos la respuesta.
Yendo a lo concreto, en los yacimientos del sur de Inglaterra no hay demasiadas posibilidades de sentir cosas, pues la visita está limitada y guiada con objetivos exclusivamente turísticos. Vamos, al modo de Carnac en la Bretaña francesa y de otros lugares de interés (Machu-Pichu, Brobudur y muchos más). Sobre todo ahora que recientísimos e inmensos descubrimientos por desenterrar (se encuentran allí inmersos en la planificación de cómo sacar a la luz lo que puede ser el más importante conocido), tienen el lugar en cuarentena.
Me dirijo por tanto bastante más al norte, donde puedo medir, mirar, fotografiar y todos los “ares” posibles a dos yacimientos situados por encima de Stafford, junto a una granja.
Están señalizados con hitos de VR (Victorian Regina) lo que da idea de que no se descubrieron antes de ayer. No hay vigilancia pero se nota que hay un respeto exquisito por el lugar. Llegan senderistas a verlos, algunos de los cuales aprovechan para descansar y tomar un tentenpié, pero todo está limpio.
No me atrevo a asegurar que fuera igual antes (antes de la VR), y que alguna granja de los alrededores no tenga algún dólmen en sus paredes maestras. Quizá eso es pensar como un individuo del sur o simplemente como un individuo, pero así lo pienso y así lo digo. Lo vi en Carnac donde había dólmenes delimitando granjas o la terraza de un bar.
Pues aquí me explayo en medir, pasear y disfrutar sobre una colina en forma de cráter de perfiles redondeados y cubiertos por una suave alfombra de yerba fresca, donde una veintena de piedras caídas, de diferentes tamaños, forman el círculo de lo que sería (siguiendo con el símil) el borde del cráter. En el centro hay una de mayor tamaño, también caída, en lo que podría haber sido en su día el “altar” o lugar de referencia desde el que se realizaban los ritos u ofrendas hace 4.500 años (4.500 b.p.).
El círculo tiene un diámetro de unos 30 metros (lo mido a zancadas largas y le aplico coeficiente corrector pues a tanto no llego). Una corriente subterránea de poco caudal cruza el círculo de O a E pasando por el centro. El nivel energético del centro apenas llega a los 9.000 bovis. En las piedras de alrededor del círculo mido la mitad observando que, aunque con pequeñas diferencias, a mayor tamaño de las piedras más energía.
Siento el cansancio de las piedras que, aunque parecen querer levantarse (o que las levanten) no encuentran el modo. Es como si se resignaran sumidas en la añoranza de lo que fue el lugar. Agradecen que estemos allí. Voy con dos personas más que me esperan pacientemente hablando en una orilla, junto a dos caminantes que han parado allí a tomar un bocadillo. Los cuatro me miran de hito en hito todo el tiempo.
Antes de que llegáramos pactaban unas ovejas que poco a poco han ido abandonando el lugar y alejándose.
El foso que hay entre las orillas de lo que he llamado cráter y la meseta del centro donde está la piedra grande apenas alcanza los 2 metros de profundidad. Todo el conjunto goza de unas suaves irregularidades que la vista agradece.
Ha pasado algo más de una hora, así es que, como no quiero hacer esperar más a mis amigos y tampoco hay mucho más que hacer, nos vamos a otro promontorio, más pequeño y posiblemente bastante más antiguo que hay a pocos metros.
El caso es que me encontraba bien y me hubiera quedado más tiempo. Es muy posible que no vuelva más, así es que a pocos pasos me vuelvo para mirar y sigo mi camino.
El segundo emplazamiento es tan solo un pequeño promontorio, también señalizado con la “VR”, pero en el que las pocas piedras que hay al descubierto lo están parcialmente. No merece más comentarios.
Para lo que he medido me he valido de un pequeño péndulo de madera que suelo llevar en el bolsillo (no pita en los arcos detectores) y de dos varillas que llevaba en la maleta.
El día es soleado aunque en el cielo se perciben algunas nubes altas. La temperatura: entre 15 y 18º C. El horizonte se puede ver con claridad, y entre éste y nosotros unas suaves colinas dan de comer a vacas y ovejas totalmente ajenas a cualquier otra cosa.
Volvemos por la misma senda, abriendo y cerrando la pesada puerta de madera, y atravesando después la misma granja por la que vinimos, en la que esta vez una mujer madura, con la piel curtida, nos saluda regalándonos su limpia sonrisa.
Al final del camino, junto a la carretera, está el panel anunciador del emplazamiento, y junto a él una cestilla para que se deje la voluntad.
Unos 50 kilómetros después nos esperan tres pintas de 4,5º (imposible probar todos los tipos de cerveza que hay aquí) y unos “fish and chips” calientes.
Bueno, ¿y si todo esto me lo estuviera inventando…? sí,  porque me hubiese venido antes de que "lo acabaran". Era descortés quedarme y no ayudar ¿no?.
El último párrafo (en negrilla y cursiva) está escrito después de repetir “pinta” al menos una vez que recuerde. Al fin y al cabo, casi todo lo escrito ha sido una teoría poco soportada, pero de la que estoy convencido.


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miércoles, 9 de septiembre de 2015

LA SELVA NEGRA

LA SELVA NEGRA

La denominada “Selva Negra” está situada al sur de Alemania, frontera con Francia y Suiza.
A decir verdad, ni es “selva” ni tampoco “negra”, a mi me ha parecido un gran “bosque verde”, pero para no hacer publicidad a una marca de productos de limpieza la voy a seguir llamando Selva Negra.
Le digo esto a un amigo que la ha visitado en invierno y me dice que a él le pareció muy negra y muy blanca. Volveré en esa época para remodelar la impresión que me ha dejado.
Voy a intentar no hacer comparaciones porque yo vengo del sur y los lugares los diseña el clima pero también (y mucho) la cultura y carácter de sus habitantes, y centro Europa es “otra cosa”.
Para intentar protegerla, sus gobernantes y los habitantes obedecen sin que les siga un servidor de la ley; no permiten que haya vehículos parados con el motor en marcha, los transportes públicos son modernos, frecuentes, gratuitos (también para los que se hospedan en sus hoteles) y eléctricos, hay prioridad absoluta para las bicicletas, la recogida de residuos está programada (no hay contenedores en las calles); y en otro orden de cosas, los servicios públicos son excelentes y usados por todos, sin importar su nivel económico. Me refiero por ejemplo a los polideportivos y piscinas públicas, que por cierto son espectaculares. A cambio no vi ni una sola casa con piscina privada; todo un ahorro de recursos.
También observé algunos detalles como la calidad, de por ejemplo el mobiliario de las terrazas, que parece que sea, y seguro que es, para “toda la vida”, lo que me hace pensar que no compran ni en Ikea ni en Leroy Merlin; pagarán bastante más pero eso tiene sus ventajas.
Vergüenza propia y ajena me dio ver que la mayoría de las casas tienen el tejado cubierto por placas de energía solar fotovoltaica (el coste medio de la energía en Alemania es la mitad que en España, contando que ellos utilizan mucho la madera para la calefacción en los pueblos, claro, pero es un dato humillante).
Y voy al viaje.
El primer día, al llegar a Frankfurt, preciosa ciudad, lo primero que me fijé fue en la gente, con el siguiente resultado:
Siempre he pensado que tenemos una tendencia natural a imitar al “poder”. Será por eso que no veía por todas partes nada más que “Ángelas”… ¿si alguien había diferente estaría oculto?.
Todos ellos rubios, serios y en posición de firmes; los que van andando van a paso marcial.
Bromas aparte, tampoco estuvimos mucho tiempo en la ciudad pues enseguida, guiados por una pelirroja holandesa, domiciliada en Cádiz desde hace 3 lustros y de nombre Ini, tomamos un autobús hasta Zell (a unos 300 km) donde nos esperaban unas camareras húngaras para servirnos una cena alemana (sobran los detalles) en el hotel Sonne, que creo que significa Sol, y que sería nuestra base de rutas de senderismo y visitas turísticas.
Con la barriga llega nos fuimos a la cama a media noche, inhabitual en estos lugares, mucho menos en mi caso, pero “es lo que hay”.
Como cuando escribo esto ya estoy de vuelta, me anticiparé diciendo que los esfuerzos de la guía y su ayudante por hacernos las excursiones agradables a “todos” (harto difícil pues somos 40) han sido superiores a los que ella ha hecho para aprender nuestra lengua. En su descargo tengo que añadir que tampoco Cádiz, ese paraíso del sur, es la capital de las conjugaciones verbales y la fonética castellana.
A partir del día siguiente, el 5 de agosto, que comenzó nuestra andanza por la mentada Selva Negra, las temperaturas no bajaron de los 25ºC NI DE NOCHE, llegando a ver en los termómetros más de 40ºC algún que otro día; y por supuesto que de llover NI UNA GOTA.
Las rutas escogidas además de muy suaves, la mayor cota no llegó a superar apenas los 1.500 m, y transcurriendo generalmente bajo el frondoso bosque centenario, poblado de diferentes especies: coníferas, hayas… y su duración entre 5 y 6 horas en los que apenas caminabamos una veintena de kilómetros. Así las cosas, dió tiempo a conversar a hacer fotos y a recrearnos en los tentempiés y en algún que otro relax.
Fue un placer observar que el bosque crece mudo con un potente geotropismo negativo, que sorprende por su empeño en impedir que el sol llegue a la tierra; a pesar de lo cual ésta le corresponde con una vegetación variada en la que predominan los helechos.
Pudimos admirar restos de antiguas civilizaciones celtas cuyos poblados, altares o edificios principales estaban sabiamente construidos con piedras engarzadas con troncos de madera. Intenté medir la energía que todavía allí permanece y me impresionó el resultado. Cada vez que visito un lugar así me convenzo más de que somos cada día más ignorantes; y lo que es peor, nos sentimos orgullosos de ello.
Me viene bien caminar de vez en cuando con otros que no tienen como objetivo llegar al final cuanto antes, entre otras cosas porque su final, y ahora también el mío, no se encuentran tan alejados como yo estoy acostumbrado que esté.
Fotografíé saltamontes verdes, nidos de hormigas con sus huevos (la primera vez en mi vida), árboles que se elevabann más de 20 metros y las empalizadas rectas de sus troncos cuando allá en el fondo puede penetrar algún rayo de sol.
Contra lo que pudiera parecer, el agua (las fuentes) escasean en las rutas, por lo que hay que ir bien provisto. Cuando alguien olvida ese principio fundamental del senderista y montañero, ocurren accidentes con consecuencias no previsibles. Mis colegas tuvieron que hacer cola en una granja pidiendo agua. En las granjas sólo están obligados a atender a un máximo de 3 personas, pero en esta llenaron la cantimplora más de 30. Cuando acabaron de abastecerse le cantaron al granjero “adiós con el corazón…” , dos gestos bonitos que observé desde un altillo con más de un litro (de agua) todavía de reserva en mi mochila.
La selva está salpicada de granjas, aunque no muy frecuentes, de claros en los que se cultivan frutales y de algún pequeño poblado. También hay numerosos crucifijos de tamaño casi natural.
Las indicaciones en los cruces de caminos y sendas son excelentes, con distancias y tiempo estimado.
El pueblo desde el que partimos diariamente, Zell am Harmersbach, no tiene nada de particular salvo una fábrica de cerámica. Permanece mudo y sólo le devuelve la vida el paso intermitente de algunos vehículos durante el día. Tiene un supermercado y una estación de servicio a las afueras; y, un poco más allá, el polideportivo con tres espectaculares piscinas de acero inoxidable en cuyos trampolines y toboganes algunas tardes pudimos disfrutar compitiendo con adolescentes. Al final, allí mismo, reponíamos energías a base de, cómo no, salchichas y excelente cerveza.
Otros días cenaba en el pueblo con unos u otros compañeros; bien junto a la torre de las cigüeñas, al borde del canal o en un restaurante griego atendido por griegos cuya cocina responde por cierto con fidelidad a su origen.
Uno de los día, Ini, la guía, nos alertó de una “fiesta alemana” junto al cementerio y allá que nos plantamos unos cuantos. El lugar elegido era excelente, sobre todo porque los decibelios no había riesgo de que molestaran a los vecinos. Escuchamos música en directo de un grupo que intentó complacer a todas las edades y continentes, sin temor a recibir solanáceas a cambio; la compensación se limitó a pasar después el sombrero.
Las bebidas nos las facilitó un kiosco a precio “centroeuropeo” pagando el correspondiente euro por el envase, fuere el que fuere, que luego devolvían con el retorno del mismo. Un modo convincente de que no quedaran restos de la fiesta sobre la hierba que nos sirvió de reposo.
Alguien incluso improvisó un baile, nada ajeno a mi persona, y hubiera ido mejor de tener las pernas adaptadas a las irregularidades del terreno como los rumiantes autóctonos. Buena velada, aunque breve pues a eso de las 10, allí no queda nadie ni en las fiestas.
Me sorprendió que algunos restaurantes exhiben crucifijos e imágenes religiosas por doquier, comportamiento cuya justificación no he sido capaz de entender. Pero es lo que es… ellos sabrán, o no.
Por otra parte el servicio de la hostelería “propia” se colapsa con gran facilidad. Probablemente influye que mientras no acaban con unos no comienzan con los siguientes, y que tienen por costumbre hacer cuentas separadas SIEMPRE, con todo lujo de detalles. Claro que estos comportamientos deben de ser de los pequeños lugares, porque no los he visto ni en Berlín ni en Hanover ni en ninguna otra gran ciudad alemana.
Una de las visitas diferentes al senderismo habitual que realizamos uno de los días fue al lago Titisee, junto al pueblecito del mismo nombre. Se trata del lago más grande de la Selva Negra y está explotado turísticamente de forma absoluta: tiendas, restaurantes, hoteles, paseos en barca o ferry, y todo lo imaginable. Aún así, fuera de los meses centrales del verano debe de ser agradable para pasar una semana.
Allí me encontré varios autobuses de españoles cuyos conductores me confesaron que venían contratados por agencias turísticas. Esos son los viajes los que yo ¡adoooroooo!.
El día que vuimos a Friburgo (o Freiburg) tomé la foto de un termómetro a poco más de las 2 de la tarde con 41ºC. Ni aquí es agradable tanto calor. Que se vayan acostumbrando que el problema es y va a ser de todos.
Una curiosidad de esta ciudad es que las calles del casco antiguo están flanqueadas de canales por los que discurre el agua. La gente mete los pies para refrescarse, los niños hacen navegar pequeños barcos de madera que, muy oportunistas, venden en cada esquina, y los turistas despistados caen batacazos (¡pobre Mariluz! ¡qué hostia!).
Y más de lo mismo: que si la catedral fue la más alta hasta no sé que siglo, que si la ciudad fue conquistada por unos y luego por otros, que si guerra de sectas de una misma religión por aquí y guerra por allá (aquí no llegaron los moros, y no sé si Asterix…), y matanzas al estilo humano, etcétera.
Hoy en día goza esta ciudad de un lugar privilegiado y de un clima asumible aunque vean el sol con cuentagotas en invierno. Pero todo no puede ser.
Los tranvías se deslizan dulcemente , los músicos tocan sus instrumentos en algunas esquinas (uno de ellos es de Barcelona) y las sillas y mesas de los bares, heladerías y cafeterías reposan sobre los adoquines de sus plazas atendidas por italianos malhumorados o por venidas del este con ambos faros de Alejandría encendidos (¿estará en el contrato?).
En los museos hay más cuidadores que obras, algunos de éstos últimos fuera de edad laboral con toda seguridad. Todo un misterio.
En algunas esquinas se mendiga con atuendo digno y con mucha discreción, dejan alguna montera delante y mantienen la vista triste y perdida entre las piernas de los transeúntes. En fin, una ciudad cuyo centro es de artesanía y funciona como una máquina pesada con la grasa justa para que no chirríe y con el alma olvidada en algún remoto rincón, que parece no haberse desprendido de los viejos rencores de sus luchas de religión, que es como decir económicas, sin duda.
Las entidades financieras (todas, aquí aún hay pequeños bancos y cajas de ahorro) abren por las tardes y los sábados. Ojo al parche.
No sólo en los pueblos sino también en las ciudades es todo monolingüe; sorprende encontrar a alguien que hable o siguiera entienda en francés, cuyo territorio está a pocos kilómetros; quizá algo más algunas palabras en inglés, pero tampoco demasiado.
No quiero parecer negativo, la limpieza, sin duda resultado de una educación de la que gran parte de la humanidad carece, es admirable. Limpieza no es sinónimo de limpiar sino de no ensuciar. Aquí es así.
Otros permaneceremos durante mucho tiempo todavía, quizás eternamente, en la “otra” Europa.
El día que subimos al Feldberg, el pico más alto de toda la Selva Negra con unos 1500 m, no sin incidentes curiosos de pérdida de colegas (vamos, como perderse en un supermercado, más l menos), durante el largo rato que permanecimos en lo alto, se me ocurrió, continuando con la imaginativa publicidad de un panel que allí reza que se puede ver el Mont Blanc, decir “allí, entre aquellas colinas y aquellas otras, ved”, con tal acierto que varios de los que lo intentaron llegaron a verlo, y eso que aún no nos habíamos lavado los ojos en las fuetes del Monaterio de santa Odile.
Al día siguiente lo visitamos (el Monasterio de santa Odile), que es la patrona de Alsacia (¡qué sería de pueblos y ciudades sin un patrón o patrona!), cuya historia es conmovedora, tanto que no estoy en condiciones de yo ahora… (está en Internet), y después el pueblo de Obernai. Ese mismo día, por la mañana, atravesamos un sendero en el que un imaginativo artista ha aprovechado la tala selectiva para a golpe de hacha inmortalizar a algunas especies de animales frecuentes aquí, y que de no ser así no hubiéramos visto en todo el recorrido. Buena idea eso de que no puedan huir.
Descubrimos que por aquí también pasa el camino de Santiago; gran senderista el tal Santiago.
El pueblo ha respetado su estructura medieval y la ha aprovechado para vender de todo, bueno, de todo menos adosados y campos de golf… cada uno elige su presente y condiciona su futuro.
Otro día visitamos Strasburg (Estrasburgo, que la estupidez de traducir nombres propios no deja títere con cabeza), ciudad del “parlamento Europeo”, que resulta ser un organismo que cuesta un güevo a los europeos aunque no sabemos para qué sirve. Todo sea porque quienes no sirven para otra cosa vivan como dios. Lo vemos desde lejos mientras paseamos en un paquebote de esos de río, cerrado herméticamente por arriba y por abajo, de tal modo que si por una de aquellas naufragáramos daríamos titulares a la prensa mundial durante varias semanas. Aquí todo está pensado, no hay que dejar ni un cabo suelto.
La ciudad está secuestrada por la pasta que genera el organismo mentado, pero aún así es limpia, está surcada por unos aerodinámicos y silenciosos tranvías y resulta un paraíso tanto para el ciclista como para el peatón.
Un icono de la democracia civilizada controlada por los “poderes” del mundo occidental.
Aún así, ya la quisiera yo para sustituir a la mía.

Y, más o menos, con esto y un asiento de vuelta en un excelente 787 nuevecito de LAN, líneas de Chile, aterrizamos en uno de los aeropuertos con más nombres del planeta (hasta tres), propuesto para el premio de “nombre gilipollas” patrimonio de la Unesco.



martes, 1 de septiembre de 2015

LECTURAS DE VERANO

Me voy fuera y, como no voy a tener libros a mano para solazarme o flagelarme, pues me abalanzo sobre una librería y comienzo a descartar. Tanto tanto que me quedo sin nada, así es que cuando ya iba a marcharme me acuerdo de haber oído que Jardiel Poncela, del que he visto un par de obras de teatro que me han agradado “relativamente”, tiene una colección de cuentos o algo así.
Como no me acuerdo bien del título le pregunto a la librera ¿por...  “que no se entere ni dios”, de Jardiel Poncela?. Teclea en el ordenador y me dice: será “por dios que no se entere nadie”. ¡Poseso! le contesto.
Primero acabo “Mi otra madre” premio Valencia, de mi amigo y excompañero Vicente Marco, y el de Zarzalejos “Mañana será tarde”. Pero cuando ya estoy dispuesto a intentar pasármelo bien con Poncela, ya que dice en la portada que son sus mejores relatos y además divertidos, me cae (con buena intención) un “mejores ventas” (me jode eso de best seller, como si no hubiera palabras en castellano; y si no las hay se inventan). Nada menos que “La verdad sobre el caso Harry Quebert” de un tal Joël Dicker, que promete ser el Cervantes del siglo XXI y siguientes. Premio Goncourt; premio del que yo era asiduo aunque hace dos o tres años que no lo leo, simplemente porque el último que intenté acabar casi me produce sarpullido.
El tocho tiene más de 600 páginas (hay autores que con menos de 500 sienten que no cumplen, cuando para torturar con éxito sólo hay que elegir el instrumento adecuado y un libro puede serlo aunque sea breve).
A pesar de mis prejuicios lo comienzo con ilusión y en dos ratos ya estoy en la página 236. Y sanseacabó!
Una novela escrita a la medida de los invasores del norte del continente americano, con sus traumas, sus manías, sus “costumbres” y su estupidez; estupidez que espero que no comparta el joven escritor.
Ha mezclado el homicidio de una adolescente enamorada de un adulto (eso en los USA es silla eléctrica o casi) con los prejuicios recalcitrantes y la hipocresía de la sociedad americana, y partir de ahí se repite más que el ajo con una trama de policías y sospechosos que no se sabe si quieren colaborar o no, ñoñería, tortitas y salchichas, y más etcéteras. Sin duda los “académicos” de la Goncourt han visto en la obra una oportunidad para lavar sus penas de los últimos años y lanzarse al mercado americano.
No obstante, el librote contiene frases brillantes y aportaciones originales en la trama y en su desarrollo. Todo ello daría para unas 200 páginas. Pero la ya mentada manía de intentar demostrar (o demostrarse) que son capaces de escribir hasta acabar con todos los bosques del planeta es bien recibida por las editoriales, entre otras cosas porque pueden subir el precio y como se compran por “peso”, pues más beneficios.
Quien me lo regaló no lo hizo con mala intención, le perdono.

En cuanto a los otros mentados al principio, pues ya digo…

Sobre el del Zarzalejos: Cuando alguna vez alguien me ha dicho: “tengo dos noticias, una buena y otra mala”, yo nunca he dudado, respondiendo: “primero la mala”.
Por eso, al dar mi breve opinión sobre el libro de José Antonio, diré primero que le sobran perífrasis y circunloquios, así como algunos enrevesados detalles que pueden escapar a muchos lectores. Probablemente son intencionados y el autor no quiere llamar así de golpe ladrones y sinvergüenzas a los que hasta hace poco le daban de comer.
Pero dicho esto, resulta un análisis certero y documentado de la situación social (sí, primero social), política (sí, segundo política) y finalmente económica (porque es consecuencia de las anteriores) del “sarao” en el que está inmersa la acojonada sociedad española.
Lástima que no lo lean o no le hagan caso quienes todavía (no sé yo si hay tiempo to-da-ví-a) pueden enderezar la situación.
[Reflexión: ¿pá qué cojones sirve un jefe d’estao?]
Por cierto, ayer hablaba casualmente con un empresario de éxito internacional, nacido en el sur, y me decía ante cuatro testigos que la mayor concentración de inútiles de Europa se encuentra en Bruselas, y en el caso de España en la Moncloa y en la carrera de San Jerónimo.
Me sorprendió su afirmación, tanto más porque añadió que algunos empresarios triunfan a pesar de los políticos.
No, no dijo todos. Hay algunos que se hicieron grandes con fondos de la UE, con favores Políticos o aupándose a dirigir clubes de millonarios en pantalón corto. Pero a esos no se les debe de denominar empresarios, hay que llamarlos de otro modo aunque estén en el IBEX 35.
Volviendo al libro de José Antonio, que por cierto no es un libro para las siestas del verano, creo que vale la pena tenerlo a mano para ver dentro de muy poco tiempo si ha acertado en lo que dice y predice.
Por hacer un símil, salvando las diferencias, puede ocurrir como con el libro que publicó el Club de Roma en la década de los 80, en el que abogaba por el “crecimiento 0” para que el planeta y los humanos continuáramos viviendo en armonía, y que se ha cumplido a raja tabla. Mientras los humanos NI PUTO CASO.

El de “Que no se entere ni dios” (me doy licencia para cambiarle el nombre). Pues ya no me cabe duda de que este escritor fue lo que hoy llamaríamos un “niño pijo”, y que el Mota se inspira en sus cuentos para los programas que le emite la TVPP (quiero decir la RTVE, ha sido un lapsus).
NO DIRÉ NADA MÁS!

Y ahora voy a por Vicente Marco.
Los escritos de Vicente, así como también sus obras de teatro, cortas o largas, me recuerdan a Poe (pero sólo un poco ¿vale?). Conforme se avanza en la lectura Poe se queda atrás.
Recuerdo que hace años, cuando los piropos, ahora desaparecidos (como no se construye...), eran habituales, había uno que decía más o menos: entre lo que se te ve y lo que se te adivina, menudo tormento para la imaginación. Pues esa exactamente es mi opinión sobre la novela de Vicente (Premio Valencia 2015).
Él antes no era así, pero ya ves, se nos ha refundado.
su obra me gusta porque tras cada párrafo hay una pregunta y porque una vez acabada no todas las preguntas han sido contestadas.
Ésta tiene además el atractivo del erotismo, que siempre es más lo que sugiere que lo que dice, y que es cortita.
Pero, siempre hay un pero, me quedaría a medias si no dijera que hay un personaje , por cierto sin nombre, que llena la novela sin apenas abrir la boca. Sin él no hay novela. Sí, ese que llegó a la puerta de la calle empapado por la lluvia una tarde aciaga.
Vas bien tío!

Y ahora a ver si el invierno trae algo interesante para leer o tengo que de nuevo intentarlo con el Ulises de Joyce.


Aunque a mí siempre me quedará ERRI DE LUCA.

miércoles, 22 de julio de 2015

PICOS DE EUROPA

Como introducción, y porque tiene cierta similitud, diré que, cuando hace dos años me invitaron a hacer un descenso en piragua por el Tajo, yo, cuya ignorancia me hace humano, como había cruzado varias veces el Mar Menor, navegado por las orillas del Mare Nostrum y descendido el Sella (que para no mentir es como hacer submarinismo en una piscina), acepté ilusionado.
El guía, oída mi “experiencia”, me dio la piragua más pequeña, y así fui capaz de durante nueve horas pasar la mayor parte del tiempo en posición invertida, colgado de alguna rama de la orilla o flagelando mosquitos entre la maleza en busca de osos; bueno, realmente en busca del grupo, mientras el monitor sí que pensaba que me había engullido algún inexistente oso, a juzgar por cómo me buscaba entre la maleza.
Con estos antecedentes y otros similares, cuando Isidro, uno de los líderes del CIM (el CIM es un club multicultural y multideportivo en el que admiten a todo el mundo, una prueba soy yo, sin más), organizó una ruta circular de cuatro días por los Picos de Europa, yo (otra vez yo), que había hecho en la misma zona, hace dos años y solo, el triangulo aparcamiento-refugio Urriellu-Bulnes, y vuelta al aparcamiento, me dije: “chupao”. Estoy seguro de que “alguien” debió tragar saliva, y casi se atraganta, antes de aceptarme.
Yo soy montañero de sierra Calderona, Montgó, el Bernia, e incluso del parque de Cabecera del río Túria. En el Pirineo me encuentro cómodo si voy en grupo, y poco más.
De los 23 que recorrimos los más de 800 kilómetros para iniciar la travesía, yo fui sin duda el más inconsciente.
No conozco mucha montaña pero de Sierra Nevada, Pirineos, incluso de una parte de Alpes y Atlas, el interior de Picos de Europa que hemos recorrido ha sido para mí sin duda lo más árido para moverse por él; mucho más cuando la técnica es CERO.

Comienza éste relato que dedico a todos, y especialmente a Tony, mi instructor y paciente tutor del último y peor día para mi.

“Aunque las tonalidades del tardío atardecer de julio suavizan la aridez del paisaje, cualquiera de las travesías por el interior de éste macizo exigen notables dosis de paciencia y mucho espíritu aventurero. No hay agua y la vegetación es totalmente inexistente.”

Podría ir cronológicamente y desgranar uno a uno los collados, las sendas, las ascensiones y los descensos. Podría acompañar el relato de los cientos de fotos que entre todos hemos recopilado; o incluso describir las penalidades de algunos tramos y las euforias consecuentes cuando se superan. No, no voy ha hacer eso.

La roca es de caliza blanca, lo que indica que hace algún tiempo estuvo sumergida. Llevo los ojos fijos en cada paso que doy y los doy con una cierta dulzura temerosa. Cuando levanto la vista sólo veo agujas sin vegetación que se posicionan en mi contra.
El primer día, aun siendo largo en longitud y ascenso, tengo las reservas plenas; aún así, cuando llegamos al refugio, me confirmo que hace honor a su nombre: Cabrones. Dicen que porque allí llevaban a los machos cabríos para controlar que no se aparearan hasta que fuera la época adecuada. Pudo asegurar que para nosotros lo de la época se lo podían haber saltado. Cualquier mes, después de una ascensión así, tiene asegurado el éxito de la abstinencia.
El solo de saxo de la noche compensa con creces los absolutos silencios de la alta montaña. Creo incluso que puede haber sido capaz de confirmar las últimas teorías de modificación del ADN (léase Vernetzte Intelligenz de Von Grazyna und Franz Blusdorf).

Horcados Rojos, por poner un ejemplo fácil, es como optar a matricula en las pruebas de gimnasia del antiguo bachillerato; y es que yo, teniendo donde agarrarme me sumerjo en un inmenso placer que se retroalimenta. No hubo consecuencias porque cuando me fui a dar cuenta estaba arriba. Pero en cuanto tenga un rato investigaré lo del nombre, que seguro que me da pistas.

Isidro, el promotor e inventor de que le acompañáramos en este viaje para reverdecer laureles de cuando iba a la peluquería (a saber de qué siglo estaré hablando), estuvo casi todo el tiempo huido. Intenté seguirlo un día pero al poco desapreció, de modo que no volví a cometer semejante atrevimiento. Por el contrario, el “jefe”, siempre bajo palio, la viva imagen de un santón hindú de andar pausado, seguro y sereno, cerraba la marcha de la manada como manda la raza de un buen cuidador.

A todo esto, yo, reptaba al modo del Blasillo de Forges con la seguridad de que iba a llegar, pues valoraba como más fácil lo desconocido que lo ya hecho. Me he medido a la vuelta y he perdido 3 centímetros a lo largo, que no a lo ancho. Una gran motivación que con toda seguridad no será necesario repetir.

En un descanso, una compañera que maneja el teléfono móvil, sin el cual no hubiéramos podido subsistir (no se puede ni subir al autobús), dice que ha muerto Javier Krahe, y mira por donde lo primero que se me viene a la mente es el estribillo de una de sus canciones más populares.

La flora y la fauna fueron en todo momento invisibles para mi, y nuestra columna a modo de reguero de hormigas multicolor la tuve siempre delante cuando alzaba la vista, que no fue muy a menudo por cierto.

Nunca imaginé que “Picos” pudiera tener tantos collados; más que la guía telefónica de Valencia, que ya es decir. Cada vez que se superaba uno aparecía otro como si se tratara del rosario de oraciones de una religión; la diferencia sólo se apreciaba en que aquí las cuentas cada vez tenían mayor tamaño.

Pero tras cuatro días de piedras blancas, de collados, de acariciar los neveros siguiendo la huella del que va delante, de conciertos de viento nocturnos de ambos sexos y de hacer el don Tancredo para ser inmortalizado por el móvil o la cámara de turno (siempre en RAW), casi una hora más tarde de lo previsto, Tony me depositó en el final de la última etapa.

No tengo palabras…

Bueno, diré algo: Ha sido un reto, una enseñanza irrepetible (¡seguro!) y cuando acaba algo así siento que no soy el mismo y me lo creo. Lo que pasa es que cuando llego a casa tengo un espejo, y eso frustra en parte mis ilusiones.


Gracias a todos, un fuerte abrazo y nos vemos en la próxima (cena).

martes, 14 de julio de 2015

POR EL PLANETA

En la actualidad, ya en siglo XXI, en una sociedad individualista e insolidaria (valga la redundancia), dominada por criterios casi exclusivamente económicos (creo que me he excedido en el casi), el antes ser humano y ahora sólo ser, libra una lucha con el entorno (¿qué será eso del entorno?) por su supervivencia. Lucha para la que no ha sido entrenado, encontrándose además diezmado (quizá absorbido)  por los artilugios tecnológicos que lo obnubilan, al modo que nos cuentan que los legítimos habitantes del continente americano lo fueron por los abalorios de los invasores.
En esa lucha desigual, quizá peor a la librada por los siervos de la gleba o antes por los esclavos del imperio, hay pocas opciones por lo que urge una reacción.
Dejar de retroceder como primer objetivo y utilizar las contradicciones del sistema para de un modo so-li-da-rio doblegar la traición sin escrúpulos inmediatamente después.

Debemos volver a ser humanos, si no por nosotros al menos por el planeta.

domingo, 21 de junio de 2015

Ven, siéntate aquí

He leído el libro de cuentos (¿cuentos?) de Guadalupe Royán, de quien también leí “Alas” hace algún tiempo. Éste está Ilustrado por Raquel Catalina (Cata), que todavía se está pensando si sus ilustraciones tienen influencia de los Barbapapás que tanto le gustaban de pequeña.
Ambas cosas me han gustado. Los “relatos” me han atrapado y los dibujos extasiado. Pero aquí, en este blog en el que escribo para mi y poco más, me voy a explayar en todo lo que ambas manifestaciones de arte me han sugerido. Para no variar.
Cuando hace un tiempo escribí varios relatos eróticos, recuerdo que al leerlos mi pareja, observé en ella un gesto como de intriga. Aún sin saber de qué se trataba, para adelantarme a cualquier suposición, le dije mirándola a los ojos: los escritores de novela negra no son asesinos en serie. Enseguida noté una relajación en su cara. Ahí quedó la cosa. Desde entonces escribo con total libertad de lo que quiero, de lo que me sale de dentro o de lo que quieren los personajes que me invento, porque una vez creados son ellos los que dirigen, los que mandan y los que condicionan, por lo menos a mi.
 "....                                                                       "
El espacio en blanco ha sido para dejar escapar una risa nerviosa que ha acabado en carcajada y casi en lágrimas. Ahora ya, más relajado, continúo.
Sí, creo que he llorado de risa (llorar siempre es bueno, mejor si es de risa); Guada hace derramar lágrimas a sus personajes a menudo; también utiliza el verbo con frecuencia. Y lo más bonito es que sus lágrimas – las de sus protagonistas, normalmente femeninas – son originales: son lentas, de colores y tienen vida propia.
La primera impresión que tuve al leer sus historias es la de que el libro hubiera sido un gran premio de la extinta “Sonrisa vertical”. Un día me dijo Luis García Berlanga, durante una comida, que disfrutaba más leyendo las novelas que se presentaban al premio (él era el responsable) que dirigiendo películas. Luego nos reímos a placer, quizá más porque de la botella del segundo crianza no quedaba ni gota que por los comentarios que siguieron. Aunque yo creo que las verdades se dicen mejor ante botellas vacías. Quizá si todas las botellas estuvieran vacías seríamos más nosotros mismos. Yo ahora pinto botellas vacías, aunque eso puede tener que ver con Morandi, cuya obra admiro.
Los relatos de Guada están llenos de amor y de desamor, de engaño y de pasión, de sensibilidad femenina (para mi “la sensibilidad”) y de esa segunda vida íntima que todos o casi todos llevamos muy adentro. Adornado todo de una prosa con estilo propio que atrapa. Todo ello hace que tras leerlo, quede en la antesala de nuestra memoria, de nuestros pensamientos (bueno, al menos de los míos) el relato vivo. De modo que yendo en el metro o pedaleando en bicicleta, cuando se queda la mente en blanco, aparezca de repente ante nosotros uno de esos relatos al azar y se recrea en un análisis de placer inmediato acelerando un poco las pulsaciones.
De los dibujos de Cata qué puedo decir; que he buscado en el trastero los cuentos de los Barbabapás de mis hijas y los estoy ojeando (u hojeando, que debe de ser lo mismo) otra vez. Los dibujos de Cata son sencillos y transmiten mensaje. Tienen estilo propio, eso que anhelamos todos los que hemos hecho pinitos en cualquiera de las disciplinas artísticas: dibujo, pintura, escritura…
Un gran acierto el de la editorial “adeshoras” publicando el libro.

NOTA.- Creo que en la página 71 hay un “loismo”. Sólo creo ¿vale?

sábado, 20 de junio de 2015

CAMINO CID

Del 31 mayo al 9 junio de 2015 (de Burgos a Valencia)

Hace casi un año que, durante el “camí de cavalls”, me comprometí  con gusto a acompañar a los que me aceptaron en el grupo cuando hicieran el “camino Cid”; y eso ha sido ahora.
Desde hace meses fueron informándome de detalles hasta ajustar las fechas ahora ya, porque el calor impedía dejarlo para más adelante.
Partimos de Burgos el 31 de mayo muy temprano. Vicente, recién llegado de Mallorca, y yo; unas horas después partirían los que venían de Madrid. En total siete.
Nosotros, tras pasar la noche en el autobús de Valencia a Logroño, en el que casi nada más subir caigo dormido como una marmota, aunque no tengo ni idea de cómo duermen las marmotas. Y digo casi porque nada más sentarme llaman al móvil a la persona que se sienta a mi lado. Es una mujer mayor, muy menuda y enjuta.
La señora habla muy alto, así es que no puedo evitar oír la conversación. Es de Bilbao, o al menos vive allí, y vuelve a casa después de asistir a los trámites de separación de su hija. Le cuenta a una tal Pili, que es quien le ha llamado, que el niño se quedará con su padre porque el psicólogo ha informado que está muy arraigado en Valencia; además de porque el padre tiene trabajo y su madre, que volverá a Bilbao, no. Dice también que el niño está ahora con la nueva pareja de su padre porque éste se ha ido a hacer el camino de Santiago. A continuación comienza a lanzar improperios contra el ya exmarido de su hija y, contestando al parecer a una pregunta de la tal Pili, afirma con vehemencia que “no, que la única posibilidad es que un camión atropelle y mate a ese sinvergüenza; que sólo eso lo resolvería todo”.
No sé si dormirme tal y como están los ánimos; bueno, mientras le doy vueltas a esta interrupción de mi incipiente sueño, se corta la comunicación y deja de hablar, lo que me anima a dejarme ir a los brazos de Morfeo o de quien sea; una vez dormido qué más da.
Luego, en Logroño, donde llegamos alrededor de las cuatro, pasamos casi dos horas de espera en una estación de autobuses cerrada, en la que dos inmigrantes árabes (quiero decir dos moros, para quien no entienda la terminología políticamente correcta) hablan a gritos; por fin vienen a recogernos en la furgoneta que tenemos contratada. En la estación, el termómetro marca 6ºC, por lo que me envuelvo en el plástico en el que he traído metida la bicicleta durante la espera. Ya en la furgoneta me vuelvo a dormir a pesar de que ya es de día y Vicente y el conductor hablan por los codos.
Al llegar a Burgos acusamos el cansancio de no dormir en lugar adecuado, pero la fría mañana nos anima. Tomamos un minidesayuno en el único local que encontramos abierto, el restaurante de un hotel. Primero entro yo y luego Vicente (para cuidar las bicicletas). Durante la espera en la puerta tengo que atender a una chica que cae al suelo estrepitosamente perdiendo los zapatos, mientras su pareja intenta que recupere la vertical con poco éxito. Al poco vemos a ambos en posición horizontal junto a un portal más adelante esperando que su hígado destile lo que les impide estar de pie. Una máquina que intenta barrer y baldear una calle llena de porquerías los esquiva. Pasa otro individuo que intenta invitar a Vicente a lo que quiera mientras se tambalea. Debe de ser una de esas zonas de “fiesta” que si comienzan mal aún acaban peor, por decirlo de alguna manera.
Conecto el GPS y me doy cuenta que debo de haber copiado mal los “track” porque me aparece el cabo de Gata. Ya está! Copié los de la “transÁndalus”. Mi primera aportación a que el viaje resulte interesante. Garantizado.
En la búsqueda de la salida hacia Valencia por el Camino Cid nos ayudan algunos madrugadores; sobre todo un ciclista marathoniano que vaga buscando colegas para hacer la ruta del día. Éste nos acompaña hasta la salida y se vuelve.
Al poco comienzan los desvíos, los cruces, las dudas y la señalización defectuosa. Pregunta tras pregunta a otros ciclistas acabamos encarrilando en camino, no sin algunos errores que retrasan un poco las previsiones. Cuando preguntamos ya sabemos por otras veces que los que no conocen el camino informan relativamente bien, pero que los que lo conocen, posiblemente por esa seguridad, acaban llevándonos a seguir rutas totalmente equivocadas. Real como la vida misma.
Los más acertados son los "globeros de Burgos", un grupo que nos hace fotos y nos dice que las van a poner en facebook. ¡Qué maravilla!
Nos relaja que los otros compañeros que vienen de Madrid llegarán al menos dos horas por detrás y al final nos uniremos. Ellos llevan más GPS y la ruta estudiada.
Comenzamos a subir y bajar cuestas rodeados de trigales verdes adornados de amapolas y salpicados de otras florecillas que combinan amarillo y lila. Bellos colores.
El sol cada vez se muestra más agresivo y el aire huele a planeta tierra. Los oídos se llenan con los continuos trinos de las aves que parecen disfrutar aún más que nosotros con el entorno. Será porque no tienen que pedalear.
Vicente y yo vamos acuciados por el hambre, así es que en el primer pueblo que encontramos (Mecereyes) en el que se puede comer algo, tomamos un bocadillo de tortilla francesa con unos trozos de jamón. Casi dos horas después se une a nosotros el resto del grupo. Tomamos otro bocadillo, descansamos un rato mientras visitamos el pueblo haciendo fotos y partimos hacia Santo Domingo de Silos.
A poco más de las seis de la tarde llegamos tras más de 70 kilómetros de pedaleo.
Hotel, ducha y yo marcho a escuchar a los monjes del Monasterio de Silos. De los aproximadamente 80 asientos que hay para los monjes cantores sólo están ocupados unos 20. Los monjes se levantan y se sientan cantando hasta que uno saca un incensario para purificar el lugar. Entonces se callan.
Me uno al resto del grupo. Paseamos, hacemos fotos, hablamos de la ruta de mañana, cenamos y unos se van a dormir, otros a pasear y yo a escribir un rato.

Segundo día (1º de junio) Santo Domingo de Silos - Burgo de Osma

Salimos de la puerta del Monasterio de Silos (el hotel del mismo nombre está enfrente). cuando lo hacemos tañen las campanadas del reloj nueve veces seguidas. Es tarde para nosotros. Otra cosa sería si tuvieran que opinar los vecinos del hotel, porque a la puerta llevamos más de 15 minutos vociferando las bromas y chistes que se repetirán sin ninguna diferencia día tras día. La suerte para ellos es que son nuevas.
Yo me enfrento al reto de intentar hacer un relato diferente cada día, lo que me resulta complicado si no hay algo relevante como una lluvia torrencial, alguien que se cae al río o jugar una partida de ajedrez con uno de los corzos que se nos cruzan en el camino.
Digo esto porque todos los días tienen mucho en común: cuestas arriba que luego hay que bajar y cuestas abajo que luego hay que subir sin escapatoria. Todos los días nos vigilan las rapaces: buitres leonados y no leonados, córvidos y más etcéteras, esperando a ver quién es el primero que cae y les resuelve el menú del día.
Todos los días disfrutamos del tórrido sol, del perfume a tomillo del bosque, del croar de las ranas de los ríos y de un paisaje que nos transporta a un lugar tan solitario que ha habido días enteros en los que no hemos visto a nadie. Es la Castilla profunda. Al pasar por algunos pueblos en los que no hay nada excepto una ermita románica de reconquista cerrada, lo máximo que hemos podido ver ha sido el leve movimiento de algún visillo. Nada más.
Hoy nos adentramos en los más de 20 kilómetros del cañón del río Lobos, bastante seco pero con algunas pozas que debemos atravesar eligiendo entre intentarlo con la bicicleta al hombro o sobre ella. De una u otra manera acabamos mojados hasta las rodillas; yo un poco más porque en una de las ocasiones una piedra se interpone en mitad de la "cruzada" y me hace naufragar.
Lástima que aunque fuera buen fotógrafo y pudiera captar las imágenes (algo puse en picasa), ni el murmullo del agua ni el perfume del monte ni el canto de las aves ni tampoco la mezcla de humedad y calor de este lugar puedan ser transmitidos. Nada de esto se puede contar, hay que vivirlo.
Cuando pienso que los cañones los ha hecho el agua durante mucho tiempo me hago más consciente aún de que "el agua es más fuerte que la roca".
Una vez más la naturaleza nos pone en nuestro ínfimo lugar. Lástima que sea tan complicado impedir que nuestra conducta destructora colectiva vaya camino de acabar con todo esto o simplemente dejarlo reducido a unos cuantos "museos" o "zoos".
Tras una jornada de pedaleo y algo de pateo llegamos al Burgo de Osma. Una ciudad pausada y algo tímida. No es extraño a la vista de la monumentalidad que surge de su centro histórico, visible desde mucho antes de llegar.
Lo primero que me llama la atención es la terminación de sus torres con "bolas herrerianas", pero ni me paro a averiguar si tienen que ver algo con Juan de Herrera. Luego, en el interior de las murallas se disfruta de unos soportales limpios y respetados sin circulación de vehículos.
Tiene esta ciudad todos los ingredientes para emocionar a un habitante de los Estados Unidos de América del norte, tan sensibles ellos a castillos y edificios blasonados, tan prodigados en Europa.

Tercer día (2 de junio) Burgo de Osma - Atienza


Nos proponemos salir a las 8 de la mañana y cumplimos. Los primeros 40 kilómetros son de una dureza extrema. Bellos caminos de piedra suelta adornados de vegetación salvaje que no impide que en un momento determinado tengamos que poner pie a tierra todos (nada de vergüenza) por aquello de la solidaridad. En realidad todos estamos esperando el menor gesto para solidarizarnos de esa manera; las pendientes, próximas al 20% unido al tremendo pedregal hacen casi más duras las bajadas que las subidas. Las alforjas no ayudan y de cuando en cuando alguna rueda se cansa y deja escapar el aire al ser pellizcada por los agresivos cantos que hacen de camino.
Algunos pulsómetros pasan de los 180 lo que no se debe de tolerar porque no llevamos desfibrilador y aquí es difícil cavar...
Comemos en Retortillo de Soria y nos dejamos caer para descansar un rato antes de seguir.
Casi repuestos tomamos un puerto que nos lleva en una larga bajada hasta Atienza.
Hemos pasado varios pueblos en los que, como decía antes, no hay forma de ver a nadie ni de tener la sensación de que hay vida. Estamos en la zona más despoblada de Europa.
Las zonas de monte y naturaleza están a veces interrumpidas por cultivos que, salvo pequeñas huertas en algún pueblecito, son de trigo. Pero el trigo, que en estas latitudes todavía está verde, no siempre nos muestra ese color. Además de diferentes matices del verde, los hay verde azulado y de un azul plata que, al ser acariciado por las luces de primera hora o por las próximas al ocaso, llega a ser plateado.
No puedo evitar ya en junio, recordar el "por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos se encañan y están los campos en flor..."
Pues aquí no, todavía no.
Cenamos, comentamos la etapa de mañana con los ojos entrecerrados y corremos a cerrarlos del todo hasta el día siguiente.

Cuarto día (3 de junio) Atienza - Alcolea (pasando por Sigüenza)

Seguimos en la provincia de Guadalajara.
Antes de las 7 de la mañana ya estoy de pie. El espectáculo que ofrecen sol y luna anima a encarar el día sintiéndose parte del planeta. Ambos lucen como dos esferas luminosas en horizontes opuestos. Mientras uno asciende lentamente, la otra se deja caer como un globo con el que juega un niño.
El cielo es azul y límpido. Una ligera brisa fresca que barre la atmósfera trae los trinos regalo de la estación.
Partimos a las 8 ya desayunados atravesando bosques cerrados. ahora un hayedo, luego un encinar. Aquí no hay pinos, sólo bosque mediterráneo auténtico. El tomillo se mezcla con otras plantas para, con su perfume, hacernos más llevaderas las cuestas arriba.
Vamos pasando pequeños pueblos, uno tras otro, tan inertes como las piedras que forman las paredes de sus pequeñas casas o de sus escasos edificios. En ninguno nos falta una fuente para rellenar las cantimploras, lo que es a menudo una escusa para descansar unos minutos. Sin olvidar las iglesias de reconquista en torno a las que se arremolinan sus casas. Algunas de ellas destilan el gusto exquisito de su arquitecto; quiero decir del "maestro cantero" que las ejecutó. Lástima que hayan desaparecido estos artistas, auténticos artífices de estas y otras maravillosas construcciones; y no sólo por su arquitectura sino sobre todo por la elección del punto geobiológico para construirlas, de su orientación y de otros muchos detalles que sería demasiado extenso detallar aquí.
Todas sin excepción poseen la energía y el poder que los maestros canteros que las ejecutaron pretendían.
La mayoría, como ya he apuntado antes, son sin duda ermitas o iglesias de reconquista, erigidas inmediatamente después de conseguir el dominio del territorio por la "cruzada" de mercenarios amparados por la iglesia que expulsaron a los habitantes que durante muchos siglos habían habitado estos lugares.
Una demostración más de la comunión entre la tierra de todos y el cielo (o la escusa) de algunos.
Llegamos a Sigüenza, una ciudad puramente castellana, empapada de todo lo que durante siglos significa esa pertenencia. Tiene castillo, catedral, casas blasonadas y hasta su Parador Nacional de Turismo; el cual, lógicamente, está enclavado en el castillo. Un lujo al estilo de quienes les agrade ese particular tipo de establecimientos.
Estamos descansando en la plaza y esperando que el sol deje el zenit y nos permita respirar más aliviados. Me fijo en muchas cosas, en los pendones que cuelgan de las ventanas, en los escudos de las fachadas, en las columnatas de los soportales y en los estrechos ventanucos que hay en la torre de la catedral y, en particular, en la enorme cantidad de agujeros que hay a su alrededor. No lo sé, pero puedo asegurar sin temor a error que su origen proviene de que ahí, detrás de los ventanucos, en algún tiempo hubo francotiradores, y que los agujeros responden a los disparos de quienes desde fuera intentaban acabar con ellos. Sin duda de una época próxima, pues deben el ser el resultado de armas de fuego.
Las marcas le restan vistosidad pero no está mal que estén ahí para que quien quiera reflexione sobre catedrales, francotiradores, anti-francotiradores y muchas cosas más, tenga materia para ello.
Los coches lo invaden todo: calles peatonales, plazas empedradas y alrededores de los antiguos edificios. Una pena.
Volviendo atrás, ésta mañana mientras cruzábamos por zonas de cultivo, hemos pasado junto a un bronceado e inmóvil pastor de avanzada edad, junto al que vigilaba su imprescindible perro. Mientras dormito con la espalda en una columna que sostiene la puerta del ayuntamiento, la imagen permanece en mi retina como aporte de una serenidad que yo calificaría como “budista”. Siempre he sentido una mezcla de curiosidad y admiración por esas entrañables personas: serenos, vigilantes, con un sombrero por montera, apoyados en un bastón pulido por el sobo de sus manos y en perfecta comunión con nobles perros de cabeza erguida y aguda mirada.
El de esta mañana, también su perro, se ha mantenido impasible a nuestro paso. Más allá pacían las ovejas sin rechistar.
Fin de la reflexión por el momento.
La tarde de hoy nos recibe con unas ligeras gotas de agua y un cielo nublado que alivian el peso del calor de junio. Subimos y bajamos como cada mañana y cada tarde. A veces el medidor de velocidad se acerca a los 50 kilómetros por hora; en otras ocasiones apenas llega a 7, 6, incluso a 5.
Algo cansados ya llegamos a Alcolea del Pinar. Son más de las 7 y hoy llevamos más de 60 kilómetros rodados.
Alcolea está situada al borde de la carretera de Zaragoza a Madrid. Es un pueblo que no tiene absolutamente nada; bueno, para no mentir tiene una casa labrada en piedra que hizo alguien con mucha paciencia, trabajo y tiempo.

Quinto día (4 de junio) Alcolea del Pinar – Zaorejas

Hoy nos deja Roberto por un problema familiar. A partir de aquí, cuando cuento siempre me falta uno.
Es día es limpio. Comenzamos a rodar por una espectacular bajada que en ocasiones supera el 15%. Bajadas que lógicamente poco más adelante se compensarán con subidas similares. Así una y otra vez hasta desear que alguien venga a hacer túneles y puentes.
Atravesamos un intrincado y oloroso bosque de encinas y, a continuación, el Valle de los Milagros. Se le denomina así por los erguidos montículos que la erosión ha dejado aquí y allá. Éste lugar fue el escenario de un impresionante incendio hace una decena de años. El incendio se originó en un paellero al principio del valle y en él perdieron la vida algunas personas destruyéndose un habitat irrecuperable. El paellero y algunos bomberos ya no está pero quienes ocasionaron el desastre sí.
Ahora, el lugar es un inmenso manto de jara blanca, entre las que se pueden ver los troncos quemados que han sido colocados horizontalmente para intentar evitar la erosión.
Los caminos son ahora intrincados pedregales que serpentean arriba y abajo entre un paisaje que tiene algo de fantasmagórico. Siempre, después de una tragedia así, y durante mucho tiempo, el lugar acoge una energía extraña que no invita a quedarse.
Ya abajo, un riachuelo juega al escondite con nosotros  y nos obliga a lanzarnos sobre él, hasta encontrarnos por fin con el Tajo al que seguiremos contracorriente hasta casi su nacimiento.
La ruta se ajusta a lo que ahora se llama “Camino Natural del Tajo”; por ella subimos y bajamos varias veces. En ocasiones a pocos metros de su cauce y otras lo oímos más que lo vemos allá abajo en la lejanía.
Estamos en “la Alcarria”, esa comarca que puso en el mapa Cela y que, aún así, aparece y desaparece intermitentemente.
Deshabitada por los humanos, que han huido ante la primera oportunidad de integrarse en un mundo de esclavos sin futuro, éstas tierras dan rienda suelta al desarrollo de insectos, animales y aves de diversas especies. Lástima que estemos tan poco preparados para tratarla con respeto, ignorando que somos parte de ella. Que somos UNO.
La violencia del terreno nos sacude la mirada con colores variados y formas caprichosas que reclaman respeto, y ante las que me aflora con fuerza la timidez de mi adolescencia.
Acaba la ruta y el día dejándonos un sabor extraño. Por una parte de no querer marchar y por otra de sentir que estamos “dejando” un santuario. No confundir "santuario" con un concepto religioso.

Sexto día (5 de junio) Zaorejas – Checa

El día entero recorremos el Camino Natural del Tajo que iniciamos ayer. El alto tajo es eso, un enorme tajo lleno de vegetación y de vida. Esto si es realmente vida y no el metro a primera hora de la mañana.
Los saltos de agua son constantes. Me acuerdo de Gerardo Diego, aunque no estemos en el Duero; sí, es igual, el mismo verso pero con distinta agua. Y siempre rima.
El agua va puliendo las rocas, buscando su sitio y nosotros ya no somos dueños de nada, sólo de las fuerzas que nos da el entorno. Con las nuestras solamente ya no estaríamos aquí. Es algo mágico, como la vida; esa a la que no hacemos caso nada más que cuando ya no puede soportar más nuestro equivocado camino.
El día sigue siendo limpio; el frescor de primera hora se torna calor sofocante en el centro de un día que se va alargando naturalmente hacia el solsticio. Cuando la sombra del bosque nos abandona, el calor se hace difícilmente soportable; hemos llegado a superar los 40 grados.
Bajamos a alguna poza en la que refrescarnos; en un recodo hay una enorme en la que incluso se hacen inmersiones con botellas de oxígeno.
Hoy son casi 11 horas de pedaleo con las interrupciones necesarias para comidas, buscar agua, hacer fotos y recuperar resuello.
Recaemos en Checa cuando el sol amarillea las terrazas y los tejados.
Después de la ducha apenas quedan ganas de sofocar el hambre en el único bar del pueblo.
Checa, que aún es Guadalajara, se comporta como si fuera Aragón. El hablar de sus gentes, el paisaje y las costumbres, apenas que se tenga un poco de sensibilidad, se perciben aragoneses.

Séptimo día (6 de junio) Checa – Albarracín

La ruta de hoy nos introduce en el Aragón oficial. Pasamos por Orihuela del Tremedal, donde nos desviamos para almorzar. El pueblo está atravesado por el río Gallo; gallo que figura en el escudo que hay sobre la fachada del ayuntamiento.
Lo más destacado es un sabinar que cubre un gran tobogán de caminos pedregosos y hoy muy soleados.
Una parte del recorrido de hoy va por caminos asfaltados y algo menos solitarios que los días pasados. También puede influir que es sábado.
El ya habitual perfume de días pasados viene hoy mezclado con la manzanilla que comienza a amarillear y desplegar sus pétalos alba.
Albarracín es uno de los pueblos más bonitos y bien conservados de toda la península (sí, señor Fernández de los Ronderos, buen amigo, ya sé que Pedraza es el primero).
Su nombre árabe atrae y no defrauda (cuánto debemos a esa civilización y que poco se lo agradecemos). Guarda un sabor propio en sus construcciones y ofrece en su entorno buenos trazados para conocer la naturaleza.
Enclavada en los Montes Universales (área también poco poblada y muy deforestada) mantiene una agradable sensación montañesa.
No es para describirla, es para visitarla y formarse cada uno su propia opinión.
La disfrutamos, la paseamos, la fotografiamos y reponemos fuerzas. Yo, en mi caso, bajo un televisor que ruge mientras 22 millonarios en pantalón corto embelesan a millones de personas.


Octavo día ( 7 de junio) Albarracín – La Puebla de Valverde

Salimos a las 8 y media con cielo claro, sol que no parece dispuesto a perdonar y un ligero aire fresco propio de la altitud y de que el día aún se despereza.
Atravesamos el pueblo y nos desviamos por un inmenso bosque de pino rodeno de gran belleza.
Sus toboganes a media sombra compensan subidas y bajadas zigzagueando sin cesar durante kilómetros. Nos encontramos con numerosos grupos de ciclistas que van y vienen saludando con alegría el encuentro.
Superamos el bosque cuando se va acercando Teruel. Los trigales ya se han encañado cambiando el verde por un amarillo áureo que lucen sobre todo las espigas inclinadas por el peso de los granos ya maduros. Es un color que, si me abstraigo, no puedo evitar asociarlo al color del pelo de las mujeres de los países nórdicos. Y es ese un color que jamás he conseguido con los pinceles. Quizá porque me falta valentía, libertad o ambas cosas.
Al llegar a Teruel hay dos objetivos por cumplir: uno visitar la plaza del torico, que hace honor a su disminutivo subido a una columna dórica en el centro de una plaza triangular a partir de la cual se estructura la ciudad, y el otro, más importante, encontrar la "vía verde", una ruta ciclable que nos llevará hasta Sagunto o a algún lugar próximo; la vía verde está diseñada sobre la vía del antiguo ferrocarril que iba de Ojos Negros a Sagunto llevando mineral para los Altos Hornos.
El primer objetivo se alcanza con facilidad. En la plaza están celebrando algo religioso e invitan en voz alta a sumarse con la promesa de un paraíso maravilloso e imaginario que sólo se consigue cuando estás muerto. No pedo evitar que hasta la voz que lo promete me suene triste y decadente; así es que saco dinero en el cajero que hay en la plaza y me largo en busca de la oficina de turismo junto a los demás.
Cuando volvemos, el grupo que se agolpaba en la plaza la abandona vestidos con sus mejores fondos de armario al tiempo que otros, un poco más alejados, en las calles adyacentes, han elegido la cerveza y el tapeo bajo unas sombrillas para entretener los pensamientos.
Ya en la vía verde, los kilómetros hasta la Puebla de Valverde, bajo un sol implacable, nos sobran. Las piernas pesan y el camino resulta de un aburrimiento difícil de digerir.
Casi 9 horas después de la salida dejo caer un chorro de agua tibia sobre mi espalda y me tiendo en horizontal, no sin antes cerrar con llave el armario donde he guardado el "culote" para evitar que se escape. Llevo el mismo desde el primer día.

Noveno día (8 de junio) La Puebla de Vallverde - Sot de Ferrer

Por fin anoche me decidí y lavé el "culote" y otras prendas que han recobrado su color, así es que ya estoy preparado para la entrada triunfal en el "cap i casal del regne de valència".
De entrada, nada más ponernos en equilibrio sobre las dos ruedas nos enfrentamos a un camino empinado de más de un kilómetro hasta llegar a la ya mentada vía verde o camino natural de Ojos Negros; no hay alternativa. Ya en él el resto es todo una suave pendiente hasta el Mediterráneo. Túneles y puentes de todos los tamaños, algún que otro cruce de caminos polvorientos, conejos (muchos conejos) y una o dos personas que van o vienen en todo el trayecto. El viento es de levante y nosotros no abandonamos la esperanza de que alguna nube nos haga de sombrilla un rato.
Cuando llegamos a Sot de Ferrer el cuenta kilómetros marca 102. Es media tarde, pero el sol sigue en lo alto y las cantimploras están vacías.
Las cabezas ya no están aquí, piensan en mañana, en dónde tomaremos la paella, en cómo contar lo que acabamos de recorrer y también en la vuelta al nido, pues todos excepto yo tienen después un largo camino, aunque lógicamente en coche o barco.
Del lugar en el que descansamos en Sot de Ferrer sólo recordaremos a las cucarachas que, por qué no decirlo, con pena, dejaremos atrás al partir el día siguiente. Han sido nuestra inseparable compañía nocturna.

Décimo día (9 de junio) Sot de Ferrer - Playa de Las Arenas (V)

En Torres-Torres se acaba la vía verde pero a partir de ahí, quizá por conocido, el camino, al menos a mí, me resulta más fácil: Estivella, Xilet, Puçol y por el carril bici, también denominado calzada romana y más popularmente "del colesterol", a Alboraia y, junto al barranc del Carraixet, a la Patacona y finalmente a la playa de Las Arenas a dar cuenta de la prometida paella.

Nota final: Este camino, en 15 días hubiera sido épico; así ha sido también maravilloso pero, al menos yo, tardaré varios días en recuperarme. Han sido 735 km y unos desniveles acumulados próximos a los 10.000 m. Gracias que los días han sido largos y no nos ha importunado ninguna despiadada tormenta. Una suerte.
Ha sido "un gran viaje". Gracias a todos, que me habéis acompañado, esperado, vigilado y ayudado a completarlo.