miércoles, 22 de julio de 2015

PICOS DE EUROPA

Como introducción, y porque tiene cierta similitud, diré que, cuando hace dos años me invitaron a hacer un descenso en piragua por el Tajo, yo, cuya ignorancia me hace humano, como había cruzado varias veces el Mar Menor, navegado por las orillas del Mare Nostrum y descendido el Sella (que para no mentir es como hacer submarinismo en una piscina), acepté ilusionado.
El guía, oída mi “experiencia”, me dio la piragua más pequeña, y así fui capaz de durante nueve horas pasar la mayor parte del tiempo en posición invertida, colgado de alguna rama de la orilla o flagelando mosquitos entre la maleza en busca de osos; bueno, realmente en busca del grupo, mientras el monitor sí que pensaba que me había engullido algún inexistente oso, a juzgar por cómo me buscaba entre la maleza.
Con estos antecedentes y otros similares, cuando Isidro, uno de los líderes del CIM (el CIM es un club multicultural y multideportivo en el que admiten a todo el mundo, una prueba soy yo, sin más), organizó una ruta circular de cuatro días por los Picos de Europa, yo (otra vez yo), que había hecho en la misma zona, hace dos años y solo, el triangulo aparcamiento-refugio Urriellu-Bulnes, y vuelta al aparcamiento, me dije: “chupao”. Estoy seguro de que “alguien” debió tragar saliva, y casi se atraganta, antes de aceptarme.
Yo soy montañero de sierra Calderona, Montgó, el Bernia, e incluso del parque de Cabecera del río Túria. En el Pirineo me encuentro cómodo si voy en grupo, y poco más.
De los 23 que recorrimos los más de 800 kilómetros para iniciar la travesía, yo fui sin duda el más inconsciente.
No conozco mucha montaña pero de Sierra Nevada, Pirineos, incluso de una parte de Alpes y Atlas, el interior de Picos de Europa que hemos recorrido ha sido para mí sin duda lo más árido para moverse por él; mucho más cuando la técnica es CERO.

Comienza éste relato que dedico a todos, y especialmente a Tony, mi instructor y paciente tutor del último y peor día para mi.

“Aunque las tonalidades del tardío atardecer de julio suavizan la aridez del paisaje, cualquiera de las travesías por el interior de éste macizo exigen notables dosis de paciencia y mucho espíritu aventurero. No hay agua y la vegetación es totalmente inexistente.”

Podría ir cronológicamente y desgranar uno a uno los collados, las sendas, las ascensiones y los descensos. Podría acompañar el relato de los cientos de fotos que entre todos hemos recopilado; o incluso describir las penalidades de algunos tramos y las euforias consecuentes cuando se superan. No, no voy ha hacer eso.

La roca es de caliza blanca, lo que indica que hace algún tiempo estuvo sumergida. Llevo los ojos fijos en cada paso que doy y los doy con una cierta dulzura temerosa. Cuando levanto la vista sólo veo agujas sin vegetación que se posicionan en mi contra.
El primer día, aun siendo largo en longitud y ascenso, tengo las reservas plenas; aún así, cuando llegamos al refugio, me confirmo que hace honor a su nombre: Cabrones. Dicen que porque allí llevaban a los machos cabríos para controlar que no se aparearan hasta que fuera la época adecuada. Pudo asegurar que para nosotros lo de la época se lo podían haber saltado. Cualquier mes, después de una ascensión así, tiene asegurado el éxito de la abstinencia.
El solo de saxo de la noche compensa con creces los absolutos silencios de la alta montaña. Creo incluso que puede haber sido capaz de confirmar las últimas teorías de modificación del ADN (léase Vernetzte Intelligenz de Von Grazyna und Franz Blusdorf).

Horcados Rojos, por poner un ejemplo fácil, es como optar a matricula en las pruebas de gimnasia del antiguo bachillerato; y es que yo, teniendo donde agarrarme me sumerjo en un inmenso placer que se retroalimenta. No hubo consecuencias porque cuando me fui a dar cuenta estaba arriba. Pero en cuanto tenga un rato investigaré lo del nombre, que seguro que me da pistas.

Isidro, el promotor e inventor de que le acompañáramos en este viaje para reverdecer laureles de cuando iba a la peluquería (a saber de qué siglo estaré hablando), estuvo casi todo el tiempo huido. Intenté seguirlo un día pero al poco desapreció, de modo que no volví a cometer semejante atrevimiento. Por el contrario, el “jefe”, siempre bajo palio, la viva imagen de un santón hindú de andar pausado, seguro y sereno, cerraba la marcha de la manada como manda la raza de un buen cuidador.

A todo esto, yo, reptaba al modo del Blasillo de Forges con la seguridad de que iba a llegar, pues valoraba como más fácil lo desconocido que lo ya hecho. Me he medido a la vuelta y he perdido 3 centímetros a lo largo, que no a lo ancho. Una gran motivación que con toda seguridad no será necesario repetir.

En un descanso, una compañera que maneja el teléfono móvil, sin el cual no hubiéramos podido subsistir (no se puede ni subir al autobús), dice que ha muerto Javier Krahe, y mira por donde lo primero que se me viene a la mente es el estribillo de una de sus canciones más populares.

La flora y la fauna fueron en todo momento invisibles para mi, y nuestra columna a modo de reguero de hormigas multicolor la tuve siempre delante cuando alzaba la vista, que no fue muy a menudo por cierto.

Nunca imaginé que “Picos” pudiera tener tantos collados; más que la guía telefónica de Valencia, que ya es decir. Cada vez que se superaba uno aparecía otro como si se tratara del rosario de oraciones de una religión; la diferencia sólo se apreciaba en que aquí las cuentas cada vez tenían mayor tamaño.

Pero tras cuatro días de piedras blancas, de collados, de acariciar los neveros siguiendo la huella del que va delante, de conciertos de viento nocturnos de ambos sexos y de hacer el don Tancredo para ser inmortalizado por el móvil o la cámara de turno (siempre en RAW), casi una hora más tarde de lo previsto, Tony me depositó en el final de la última etapa.

No tengo palabras…

Bueno, diré algo: Ha sido un reto, una enseñanza irrepetible (¡seguro!) y cuando acaba algo así siento que no soy el mismo y me lo creo. Lo que pasa es que cuando llego a casa tengo un espejo, y eso frustra en parte mis ilusiones.


Gracias a todos, un fuerte abrazo y nos vemos en la próxima (cena).

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