jueves, 29 de octubre de 2015

FROM STONEHENGE (GB)

Después de mucho tiempo allí, mi mente comienza a devanarse. Ato cabos y, de entre lo mucho que he leído y lo poco que he visto y experimentado, relaciono unas cosas con otras. Finalmente me queda una foto más o menos así.
No fueron lugares de un solo uso. Fue necesario que hubiera una estructura social con autoridad definida y aceptada, pues todo esto requiere del trabajo de mucha gente y alguien que dirija, que lidere. Por supuesto que el jefe no curraría, eso no ha cambiado y debía de ser así también entonces.
Volviendo a los emplazamientos, parece más que probable que nacieran con un objetivo; ¿de qué tipo? ¿civil?  ¿religioso?. Es probable que originalmente no hubiera diferencia entre ambos, que la diferenciación sea posterior.
Aunque no lo he dicho pero también resulta obvio, es que éstas sociedades deberían de no ser nómadas; es decir, que habría asentamientos a partir de los cuales desarrollarían sus actividades de subsistencia. Las construcciones de estos lugares no son entendibles en pueblos nómadas.
A partir de aquí, y analizada su distribución y orientación, puedo afirmar sin demasiado temor a equivocarme, que para ellos era importante conocer las estaciones, cuando cambiaban y su progresión, con el fin de optimizar sus cultivos. Así es que, en cada lugar, observo que en los solsticios y equinoccios el sol penetra por un espacio concreto muy definido. Ello le da al lugar la categoría de “sagrado” (no confundir con religioso); a partir de lo cual lo faculta para ser utilizado para otro tipo de ceremonias, encuentros y acontecimientos sociales. Bien para celebraciones (la cosecha o una unión entre miembros de esa sociedad), o bien para enterramiento de personajes destacados.
Me pregunto si para estas “construcciones” se buscaron lugares con especial energía; si sabían buscarlos, o si es que tenían sensibilidad para percibirlos. Aunque también podría ser que debido a su utilización fueran adquiriendo la fuerza que todavía hoy tienen. Para quedarme contento voy a pensar que un poco (o un mucho) de cada.
Las piedras de estos lugares están “vivas”, pero que muy vivas. Vaya por delante que todas las piedras están vivas. La vida de las piedras transcurre lenta y de manera más sólida y estable de lo que nosotros los humanos entendemos por vida, pero lo están.
Probemos a poner piedras con la intención de activar un lugar y pasado un tiempo tendremos la respuesta.
Yendo a lo concreto, en los yacimientos del sur de Inglaterra no hay demasiadas posibilidades de sentir cosas, pues la visita está limitada y guiada con objetivos exclusivamente turísticos. Vamos, al modo de Carnac en la Bretaña francesa y de otros lugares de interés (Machu-Pichu, Brobudur y muchos más). Sobre todo ahora que recientísimos e inmensos descubrimientos por desenterrar (se encuentran allí inmersos en la planificación de cómo sacar a la luz lo que puede ser el más importante conocido), tienen el lugar en cuarentena.
Me dirijo por tanto bastante más al norte, donde puedo medir, mirar, fotografiar y todos los “ares” posibles a dos yacimientos situados por encima de Stafford, junto a una granja.
Están señalizados con hitos de VR (Victorian Regina) lo que da idea de que no se descubrieron antes de ayer. No hay vigilancia pero se nota que hay un respeto exquisito por el lugar. Llegan senderistas a verlos, algunos de los cuales aprovechan para descansar y tomar un tentenpié, pero todo está limpio.
No me atrevo a asegurar que fuera igual antes (antes de la VR), y que alguna granja de los alrededores no tenga algún dólmen en sus paredes maestras. Quizá eso es pensar como un individuo del sur o simplemente como un individuo, pero así lo pienso y así lo digo. Lo vi en Carnac donde había dólmenes delimitando granjas o la terraza de un bar.
Pues aquí me explayo en medir, pasear y disfrutar sobre una colina en forma de cráter de perfiles redondeados y cubiertos por una suave alfombra de yerba fresca, donde una veintena de piedras caídas, de diferentes tamaños, forman el círculo de lo que sería (siguiendo con el símil) el borde del cráter. En el centro hay una de mayor tamaño, también caída, en lo que podría haber sido en su día el “altar” o lugar de referencia desde el que se realizaban los ritos u ofrendas hace 4.500 años (4.500 b.p.).
El círculo tiene un diámetro de unos 30 metros (lo mido a zancadas largas y le aplico coeficiente corrector pues a tanto no llego). Una corriente subterránea de poco caudal cruza el círculo de O a E pasando por el centro. El nivel energético del centro apenas llega a los 9.000 bovis. En las piedras de alrededor del círculo mido la mitad observando que, aunque con pequeñas diferencias, a mayor tamaño de las piedras más energía.
Siento el cansancio de las piedras que, aunque parecen querer levantarse (o que las levanten) no encuentran el modo. Es como si se resignaran sumidas en la añoranza de lo que fue el lugar. Agradecen que estemos allí. Voy con dos personas más que me esperan pacientemente hablando en una orilla, junto a dos caminantes que han parado allí a tomar un bocadillo. Los cuatro me miran de hito en hito todo el tiempo.
Antes de que llegáramos pactaban unas ovejas que poco a poco han ido abandonando el lugar y alejándose.
El foso que hay entre las orillas de lo que he llamado cráter y la meseta del centro donde está la piedra grande apenas alcanza los 2 metros de profundidad. Todo el conjunto goza de unas suaves irregularidades que la vista agradece.
Ha pasado algo más de una hora, así es que, como no quiero hacer esperar más a mis amigos y tampoco hay mucho más que hacer, nos vamos a otro promontorio, más pequeño y posiblemente bastante más antiguo que hay a pocos metros.
El caso es que me encontraba bien y me hubiera quedado más tiempo. Es muy posible que no vuelva más, así es que a pocos pasos me vuelvo para mirar y sigo mi camino.
El segundo emplazamiento es tan solo un pequeño promontorio, también señalizado con la “VR”, pero en el que las pocas piedras que hay al descubierto lo están parcialmente. No merece más comentarios.
Para lo que he medido me he valido de un pequeño péndulo de madera que suelo llevar en el bolsillo (no pita en los arcos detectores) y de dos varillas que llevaba en la maleta.
El día es soleado aunque en el cielo se perciben algunas nubes altas. La temperatura: entre 15 y 18º C. El horizonte se puede ver con claridad, y entre éste y nosotros unas suaves colinas dan de comer a vacas y ovejas totalmente ajenas a cualquier otra cosa.
Volvemos por la misma senda, abriendo y cerrando la pesada puerta de madera, y atravesando después la misma granja por la que vinimos, en la que esta vez una mujer madura, con la piel curtida, nos saluda regalándonos su limpia sonrisa.
Al final del camino, junto a la carretera, está el panel anunciador del emplazamiento, y junto a él una cestilla para que se deje la voluntad.
Unos 50 kilómetros después nos esperan tres pintas de 4,5º (imposible probar todos los tipos de cerveza que hay aquí) y unos “fish and chips” calientes.
Bueno, ¿y si todo esto me lo estuviera inventando…? sí,  porque me hubiese venido antes de que "lo acabaran". Era descortés quedarme y no ayudar ¿no?.
El último párrafo (en negrilla y cursiva) está escrito después de repetir “pinta” al menos una vez que recuerde. Al fin y al cabo, casi todo lo escrito ha sido una teoría poco soportada, pero de la que estoy convencido.


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