miércoles, 6 de junio de 2012

El EGO


El EGO es responsable de casi todo, pero especialmente de la “culpa” y del “perdón”.

Está ahí el 100% del tiempo, más que presente OMNI-presente. Y nuestra mente está entrenada (posiblemente a causa de su mentada presencia) para buscar y encontrar defectos “propios y extraños”. Sólo hay una actitud posible ante él, NO CREERLO.

Sé que voy a incurrir en una contradicción. No creo en los ejemplos, no me gustan en absoluto, pero ahora no tengo otra alternativa (o no soy capaz de verla) y voy a recurrir a uno. Todos, con toda seguridad, hemos padecido situaciones en las que nuestra “caprichosa” mente nos ha tentado o invitado a hacer algo con lo que no estábamos de acuerdo. Algo que no tenía nada que ver con nuestra conducta habitual ni con nuestra intención. Hacer mal a alguien, arrojar algo no importa contra qué o contra quién, o incluso matar. Sí, matar. Pero enseguida hemos reaccionado y abandonado la intención. No lo hemos hecho, pero aún así, no hemos podido evitar un cierto sentimiento de culpabilidad por haber pensado de ese modo.

Ajá, el Ego nos ha ganado la partida.

Tengamos claro no obstante que, al Ego, no debemos de temerle en ningún caso, ni tampoco sentirnos culpables de caer (pensar) en sus “tentaciones”. Del Ego no hay nada que temer si se sabe que no se le va a hacer caso.

De estas situaciones se deriva una de las conductas más habituales del ser humano: el rezo. En la mayoría de los casos el ser humano reza para aplacar al Ego, para no escucharlo y para espiar la culpa de haberlo hecho (los malos pensamientos).

Para aclarar un poco más la actitud más adecuada, no se trata de no escucharlo, pues si lo rechazamos intentará torturarnos viniendo una y otra vez, más o menos disfrazado; se trata de no creerlo. De dejarlo fluir. Quienes han hecho meditación, y especialmente meditación zen, comprenderán mejor lo dejarlo fluir, porque a quién no le ha picado la nariz desesperadamente mientras estaba en ese trance. Sólo hasta que aprendió a no hacer caso al picor. Entonces desapareció y no volvió nunca más. Le habíamos ganado la partida.

Nos imaginamos leer o escuchar una noticia y  creérnosla fielmente. Cualquier información que nos llega, la filtramos críticamente en función de nuestra situación del momento y del conocimiento que tenemos del entorno y de la situación, ya sea social, económica o política; humana en suma.

Voy a intercalar aquí una frase que me parece oportuna y que puede ayudar a reflexionar sobre el tema que trato:

“Ve a menudo a ver a tu amigo no sea que la maleza borre el camino”, tomémonos un minuto al menos para digerirla.

Amigo es aquel “lugar” donde no tienes que justificarte, ni tampoco explicar nada. Podría ser, por qué no, una invitación a UNIRSE A LA VIDA.

Pero sigamos con el tema del Ego de forma directa. El Ego tiene un portero que le defiende: la culpa. Y es así porque sabe que si entramos al Ego, lo desactivaremos.

La culpa es producto de una cultura, no una característica del ser humano. Hay culturas, actualmente limitadas a pequeños grupos, uno de ellos al sur de México, que por cierto utilizan la mente de forma relevante, hasta el punto de que casi todo lo hacen con ella (sí, con la mente, aunque parezca extraño) que desmontan nuestra senda de comportamiento en el sentido indicado. Pues para ellos, el error no es personal. Qué maravilla. Pronto acabaremos con ellos.

Si preguntamos a un grupo de personas que nos digan con qué asocian la culpa, seguro que además de otras palabras o ideas nos dirán que con: carga, angustia, error, toxicidad, anulación, lastre, parálisis, falsedad, uno mismo pegándose por dentro, enfermedad, MIEDO (las mayúsculas son intencionadas), etc. Y todos estos sentimientos “no sirven para nada”.

Cual debe de ser entonces nuestro objetivo: “dejar de culparme y de culpar a los demás”. No denuncies ni en silencio los errores de los demás, quizás antes habrás de aprender a perdonarte los tuyos, o mejor todavía, a no verlos.

Todos somos cómplices en esta vida. Todos somos una misma cosa. Y a partir de que asumamos esto, habremos accedido al auténtico perdón. Perdón y olvido, porque de otra manera no es perdón; además de forma espontánea y automática.

Nada más.

(Con mi agradecimiento a Isabel Solana que me impartió estas enseñanzas)

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