jueves, 13 de marzo de 2014

SI NO LO VEO NO LO CREO

Planté un árbol a la puerta de mi casa cuando tenía apenas un metro (el árbol, yo sigo igual). Lo hice torpemente o él no se sintió cómodo; digo esto porque comenzó a crecer algo inclinado.
Durante varios años he estado haciendo meditación y golpeándome el timo suavemente cada mañana con los ojos fijos en él. Hoy, por razones o motivos que no considero importante dilucidar, el árbol ha corregido su geotropismo y crece recto y vigoroso.
Hace unos días leí, escuché o ví, el medio no importa, un documental en el que cuestionaban el poder curativo de la homeopatía. Decían, y es cierto, que el principio activo se disuelve hasta 10 veces elevado a 30 en agua, y que es con el resultante con lo que se elaboran las bolitas azucaradas. Que analizando el resultado final, ni cualitativa ni cuantitativamente se puede detectar la presencia del principio activo (creo que son normalmente bacterias), ni trazas de ellas. Y que aún así, inexplicablemente, hay datos que avalan que funciona, que cura.
Arguyen que es un placebo y que lo que cura es el convencimiento y el deseo de curación de quien lo toma.
Sin duda tienen razón (todos). “Nos” enfermamos nosotros y “nos” curamos nosotros. Sólo hay un tenue tabique aún no transparente para todos que hace que no todos lo entendamos igual. Ese tabique comenzó a edificarse a partir de la concepción mecanicista de nuestro entorno, asumida colectivamente, lo que ha alejado por el momento el que haya una explicación que aceptemos con naturalidad.

El tabique desaparecerá cuando entendamos y aceptemos lo que le ha pasado al árbol que crece a la puerta de mi casa. Deseo que sea pronto.

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