domingo, 16 de febrero de 2014

SIGLO XXI, EXCESO DE TECNOLOGÍA

SIGLO XXI, EXCESO DE TECNOLOGÍA
Nunca hasta ahora, los seres vivos que han habitado este planeta, habían vivido situaciones similares. Explico mi reflexión:
A principios del siglo pasado, los avances tecnológicos comenzaron a producir radiaciones para usos industriales, militares y sociales, que sometían a todo el planeta a esas radiaciones, tanto si las utilizaban para su beneficio como si no. Por poner ejemplos, el radar y las ondas de radio, como más antiguas, y en las últimas décadas, la televisión, los teléfonos móviles, el wi-fi y un sinfín de ondas de diferente frecuencia y longitud, cuyos efectos sobre los seres vivos que habitamos el planeta son en su mayoría desconocidos.
Estas ondas, por sus características, atraviesan paredes, cristales, muros y metales como si nada; también tejidos vegetales y animales, afectando de un modo en parte desconocido y a menudo ignorado a las radiaciones y frecuencias de los propios tejidos a los que atraviesan. Porque, no vamos ahora a poner en duda los experimentos de Lakhovsky, sería estúpido o, lo que es aún peor, interesado.
Ninguna voz se ha alzado en contra o cuestionando estos efectos de forma relevante. Pues la mayoría no valoramos nada más que lo que se cuenta, se pide o se pesa; sobre todo si se ve o se toca, pero si queda fuera de estos límites, no nos interesa.
Por otra parte, nos sentimos muy bien porque valoramos positivamente las posibilidades que estas tecnologías nos dan: comunicación, distracción y libertad, entre otras.
Desdeñamos su adictividad, la posibilidad de que sean el origen de algunas afecciones que sufrimos (he evitado decir enfermedades), o por poner sólo un ejemplo, que contribuyan al descenso del número de abejas, que es sobradamente conocido que se guían por estos tipos de ondas; o a las migraciones de aves y peces.
Leemos un día lo que dice la OMS y al día siguiente lo olvidamos. La OMS no insiste porque ante el abandono de su financiación por parte de los estados, ésta ha sido asumida por grandes multinacionales y, cómo van a insistir y tirarse piedras sobre su propio tejado o el de sus hermanas de “sangre” (léase dólares, euros o yenes) .
No pretendo ser un alarmista, esto no es un grito desesperado ni nada parecido, si alguna vez tomamos consciencia de nuestro poder simplemente como consumidores, exigiremos garantías de todo aquello a lo que nos someten, y encima pagando.
Desde que existe el planeta los seres vivos que lo han habitado han estado sometidos al campo magnético terrestre, y al que nos envían las tormentas solares y a otros muchos procedentes del universo, sin desdeñar los producidos en el propio planeta derivados de las erupciones volcánicas o de los procesos radiactivos naturales.
Pero, ¿es eso comparable a lo que ahora nos rodea, tanto si nos “beneficiamos” de su existencia como si no?, ¿tenemos idea de cómo nos está afectando?, ¿y de cómo afectará a generaciones que están ahora iniciando su andadura sometidos cada vez a mayores radiaciones?.
No, no lo sabemos, aunque presumo que puede haber quien si tenga conocimiento de ello pero no tenga intención de decirlo o no le dejen hacerlo. Algunos países han comenzado a legislar limitando estas radiaciones (Finlandia, Alemania), aunque tímidamente; otros, la mayoría, nada de nada.
El camino va a ser largo y complicado, sobre todo mientras cada uno de nosotros vayamos por el mundo con al menos un artilugio en el bolsillo, tengamos en nuestro entorno otros tantos elementos emisores y/o receptores, porque son un símbolo del progreso tecnológico que vivimos y de nuestro nivel de vida.

No hemos pensado y quizá nunca pensaremos que vivimos un exceso de tecnología que no beneficia nuestro bienestar ni nuestra salud.

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