jueves, 11 de abril de 2013

Lanjarón-Cabo de Gata 2013


Echado en la cama escuchando los latidos de mi corazón me pongo a contar. Cuarenta y seis en un minuto, sí, son cinco menos que hace dos semanas.
Sólo por eso ya habría valido la pena es esfuerzo, pero ha sido más que eso. Mucho más que eso.
En la leja donde reposan los altavoces, ahora en silencio, una esfera color azafrán deja escapar una tenue luz. También eso importa, antes no estaba.
Y, no digamos que digamos, pero tampoco digamos que no digamos, pero iniciar la actividad diaria sin tener que dar la conformidad al peinado de un hippy con nombre de torero, reconvertido a biólogo es a todas luces un gran alivio.
Ninguna mención para el doctorado en leyes con aspecto de maestro de kun-fu, orden constancia y método, que asciende las líneas de máxima pendiente al mismo ritmo que pasea por la platería.
Han sido ocho días, seis con el culo en el sillín, en los que hemos compartido lluvia, viento, cuestas, ríos casi navegables, fotos, nombres latinos de la flora silvestre, silencios, ¡ah! y wassap, mucho wassap.
Y aquí, como final, un incauto con montura improvisada y equipaje de quita y pon (lo mismo), deficitario de todo excepto de voluntad.
El equipo descrito con el detalle que se puede leer, equipado con cuatro pastillas de chocolate negro "made in pampaneira", agua y chicles de menta, consiguen acabar vivos en el Cabo de Gata, pedaleando desde la fría Lanjarón, al pié de la nevada Sierra Nevada. Para ser exactos, no siempre pedaleando, ya que otras veces ha sido a "golpe de pedal" (en la espinilla, en el gemelo o en el tobillo), encima o debajo de la bicicleta.
Las montañas nevadas (sin banderas al viento, por suerte) nos vigilan casi todo el camino, y nos recuerdan que los casi 5.000 m de desnivel que salvamos podrían haber sido más; las cuestas no se distribuyen homogéneas y nos obligan a escalar a veces por pendientes en torno al 20% (sólo llevo disponibles 6 piñones), que luego hay que descender de forma emocionante para mí que no llevo freno detrás; todo un reto para la adrenalina. El escaso sol, cuando aparece se desquita hasta el punto que temo tener que ducharme.
Cuando el camino se ameniza con piedras (Almería en fenicio significa piedra), llego a preguntarme ¿quién me manda a mí a venir aquí?. La respuesta es fácil: estas experiencias son como mirarse a los ojos sin necesidad de utilizar un espejo. Fijan a la tierra, elevan a lo más alto y unen a los que nos rodean sin que nuestra voluntad se manifieste. De forma natural y automática.
Y como recompensa el magestuoso Cabo de Gata, envuelto en llúvia y neblina y azotado por el fuerte viento. Nada importa si de fondo está el mar, la mar.
Contra los ocultos deseos de alguna reina mora, un artilúgio llamado GPS nos ayuda en el camino. La constancia doblega todas las voluntades; a ver si es verdad y es esto una puerta al acceso de otros sueños.
Pero este breve relato no puede ocultar las situaciones particulares con que nos sorprenden los “ocho días de oro de Al Aldalus” (sin descuentos ni ofertas). A saber.
Un conductor de autobús con el que la compañía se puede ahorrar el letrero de “No hablar al conductor” o cambiarlo por el de “Cuidado con el perro”.
Un acompañante magrebí cuyo perfume me transporta a mis noche en las gargantas de M’Goum, compartiendo lecho con las mulas.
Una cantinera que ofrece decenas de clases diferentes de té y otras tantas ginebras, mientras afirma que allí sólo viven alpujarreños. Será la herencia de Gerarld Brenand.
Una ruta supuestamente ciclable a través de la Alpujarra (Lanjarón, Bubión, Pampaneira, Capileira, Pítres, Trévelez y otros tantos), que omite cual es el lugar en el que se han de colocar la bicicleta y el ser humano que la lleva. ¿Arriba y abajo o abajo y arriba?.
Unas noches amenizadas con música de jazz sin ayuda de instrumentos, propias de Le Cirque du soleil.
Mi más encendido recuerdo para Aben Aboo, último “rei” de Montenegro, señor de las Alpujarras; y para Aben Humeya, del que ya casi nadie se acuerda, pero que reinó por estos lares.
Y no olvidaremos nunca a las diferentes subespecies del “homo sapiens” que han sido muy eficientes desviando caminos, echando escombros y derribando señales, para hacer más interesante nuestra ruta.
Gracias sobre todo a la naturaleza que no deja de arroparnos con sus diferentes especies: rosa canina o escaramujo, jara, tomillos, retama, olivos, almendros, cipreses (incluso el arizónica) y tantas y tantas otras que Antonio va nombrando cientificamente; vigiladas desde arriba por las sierras Nevada y de Gador.
Los caminos, las calles y las plazas están vacías, y cuando nos tropezamos con alguien no dudan en alabar nuestra fuerza y nuestra alegría.
Gracias Andalucía. Gracias compañeros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cèsar.

Necesitaría varios días para volver "del Sur" y conseguir que los latidos del corazón recuperaran su ritmo normal. Para mi por aquellas tierras nada es anodino, todo contiene historias y el paso por ellas me genera más historias, más recuerdos que no permiten bajar las pulsaciones en mucho tiempo y que ademas las aumentan al volver a pensar, no en vano tengo un reloj con brújula digital la esfera del cual siempre, siempre siempre tengo orientada hacía el Sur. Por aquellas tierras no creo que sirva de ayuda un GPS certero sino tan solo alguno que te consiga hacer llegar a tu destino por una ruta ciclable subido sobre la bici o bajo ella a un tren que parece que sube pero que al final resulta que baja, porque lo importante no es ni ir hacía arriba ni ir hacia abajo, lo importante es estar alli.

SALUT