jueves, 25 de abril de 2013

ARTE


En el arte actual (arte plástico sobre todo) el mérito y la dificultad no está siempre en el autor. Reside en primer lugar en el promotor o marchante, que ha de ser capaz de situar al artista de modo que su obra sea deseada; bien por su futura revalorización o bien por la distinción que suponga poseer y exhibir su obra en el entorno social en que se desenvuelva. Y en segundo lugar, en quien ha de explicar de forma convincente e imaginativa (éste puede ser cualquiera de ellos o un crítico de prestigio reconocido) lo que allí ha expresado el artista.
No importa que lo que se dice sea fiel a la realidad; es más, me atrevería a decir que eso ocurre en muy pocos casos. Es muy importante inventar, ser creativo y creíble, al menos ante el segmento social cuyo poder adquisitivo y nivel de ignorancia concuerda con el encadenamiento de estupideces que se están produciendo.
Si ya es difícil convencer del valor y del arte de obras clásicas cuya cotización no depende de la obra en sí, sino de a quien se la atribuyan los expertos de turno; cuando es más que sabido que en los talleres todos pintaban y el maestro firmaba o no según criterios que ahora posiblemente se nos escapen. Mucho más argumentar y convencer de obras actuales en las que el artista unas veces ha hecho lo que le ha pedido el marchante, otras lo que le ha dictado el estómago, una mañana de resaca o una noche de insomnio.
Una persona cuya amistad agradezco, me ha dicho al leer esto: "pero tío, al hablar así te estás excluyendo de los artistas, de los críticos y casi de todo lo que tenga que ver con el arte. Si dices lo que piensas acabarás siendo tu único lector o escuchante". Yo me he sonreído y le he dicho: "no me importa, sólo quiero no traicionarme. Y si alguien quiere compartir mi verdad le recibiré con una sonrisa. Es lo que ahora me hace feliz y lo que deseo".

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